Comercios de todo tipo nos sugieren ideas para demostrar algo que se demuestra cada día.

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San Valentín. 14 de febrero. Fecha extraña en la que los escaparates se llenan de corazones, de peluches, de bragas rojas y de perfumes. Una mezcla que, quizá, a alguien le remita al amor, aunque más parece una tardía reedición de los Reyes Magos en plena temporada de rebaja rebajada. En fin, es lo que tiene el amor. Que cada cual lo vive a su manera y todos de manera diferente. Era inevitable que, en estos tiempos de publicidad y márketing, alguien decidiera dedicar un día del calendario a los enamorados, esa especie en peligro de extinción a la que, a pesar de todo, casi todos queremos pertenecer, porque es cuando se nos disparan las endorfinas, esas hormonas caprichosas que nos hacen sentir felices.

Y aunque el amor nada tiene que ver con regalos, fechas, cenas a la luz de las velas y demás parafernalia pseudoromántica, hay un elevado porcentaje de la población que ha terminado por identificar una cosa con la otra y, muchos, gracias al insistente bombardeo consumista, acaban por sucumbir a la nueva tradición y compran obsequios a sus parejas (69 por ciento, según una encuesta ad hoc). Los hay, incluso, que aborrecen la fiesta (18 por ciento) pero participan en ella porque a su novia/esposa/amiga/amante le hace ilusión. ¡Eso sí que es amor! Los chinos, pragmáticos ante todo, prefieren esperar a una fecha verdaderamente mágica: el séptimo día del séptimo mes, que en su calendario corresponde al 31 de julio. ¿Por qué? Porque en mandarín siete suena igual que destino, esto es, qiao. Eso para quienes pretendan huir de las multitudes de parejas empalagosas que se besuquean a todas horas y se prodigan regalos, cenas, mensajes romanticones y arrumacos de toda clase en tan señalado día y optan por celebrar su amor, tan único, tan diferente y tan insustituible como cualquier otro, en fecha distinta.

Para quienes se rinden a las modas y las costumbres recién creadas ahí están las ofertas comerciales, que van desde un sencillo maquillaje para la ocasión a un viaje transoceánico que, seguramente, resultará inolvidable.

A. M.