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El dato de la inflación en enero ha desatado cierta preocupación. Lo cierto es que la percepción de los ciudadanos de un incremento serio de precios parecía sustentarse en una base sólida, de confirmarse el dato adelantado. Si el año pasado terminó con un 3,7 por ciento de incremento -muy lejos de aquel 2 por ciento estimado en las previsiones gubernamentales y luego rectificado-, 2006 se ha estrenado con una nueva subida que ha encendido las luces de alarma. Dicen algunos que este 4,2% de enero es sólo circunstancial y que se moderará la tendencia de aquí en adelante, pero los hechos están ahí y los bolsillos de todos nosotros sufren las consecuencias.

Sin embargo, no terminan aquí los problemas económicos que empiezan a asomar en el horizonte de nuestro país: el desempleo sigue creciendo, los tipos de interés ya han subido y se anuncian nuevos incrementos hasta final de año, cuando probablemente se sitúen en torno al 4 por ciento, con lo que eso supone para quienes han suscrito una hipoteca...; también el déficit exterior anda por las nubes, y ya somos el segundo país del mundo en este sentido.

Un panorama, si no alarmante, sí preocupante. Desde el Gobierno se deben adoptar las medidas estructurales necesarias para que no se produzca una ralentización de nuestra economía, demasiado dependiente del consumo interno. Y es imprescindible, además, como ha reconocido en repetidas ocasiones el vicepresidente Pedro Solbes, la contención del gasto público.

No estamos, afortunadamente, ante una recesión, pero conviene comenzar a trabajar para variar la tendencia si no queremos vernos abocados a una seria crisis, y eso requiere esfuerzos de todos los agentes sociales.