Los fuegos desde Na Burguesa, con el Castell de Bellver como testigo. Foto: PERE BOTA

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El espectáculo pirotécnico «Aiguafoc 2006» volvió a brillar anoche en la bahía de Palma ante unas 90.000 personas, según datos de la coordinación del espectáculo. Toneladas de pólvora se quemaron en el cielo y el mar, en una amplia variedad de dibujos y figuras, que tampoco ofrecieron grandes novedades. Los ciudadanos de Mallorca, con motivo de las fiestas de Sant Sebastià, patrón de la capital de Balears, pudieron disfrutar de más de veinte incesantes minutos de fuegos artificiales. El sonido de tracas, cohetes y «mascletá» se escuchaba con fuerza y avisaba con deslumbrantes luces que desaparecían en el cielo. La gente se abrigó y acudió provista de cámaras fotográficas y de vídeo, sin perder la ocasión de captar bonitas imágenes.

Puntuales y aprovechando una suave brisa, los organizadores dieron inicio al show tras el apagón de farolas y luces en el Passeig Marítim. Desde la platja de Can Pere Antoni y hasta el Club de Mar, la gente vibró con los fuegos. Este año, el espectáculo contó con un destacado refuerzo en la sección acuática, apreciado por quienes se acercaron a la zona frente al Auditòrium de Palma. Desde allí se vio en su máximo esplendor, y el público rompió en aplausos y silbidos de alabanza. Niños y mayores observaron con detenimiento y silencio el estruendo que se producía en cada uno de los números, donde una de las novedades, «las perlas blancas» causaron la gran sensación despertando exclamaciones entre el público. Las parejitas se fundían en abrazos o cogidos de la mano, miraban cómo brillaba el cielo. Algunos llevaban casi una hora guardando el sitio, bocata y refresco en mano. Sentados, de pie o incluso tumbados en el césped, cada uno eligió a gusto el lugar desde donde ver los fuegos. La muralla de la Seu, la Almudaina y también la terraza exterior del Museo Es Baluard fueron los puntos más altos elegidos por muchos, sin contar la gran cantidad de gente que desde balcones y terrazas de edificios cercanos pudieron apreciar cuanto acontecía. La avenida Gabriel Roca, exactamente frente al Auditòrium, o donde están amarradas las «golondrinas» eran de los mejores puntos donde ver cómo las bengalas acuáticas hacían dibujos, formas y estallaban en colores bajo el mar. La experiencia es un grado y los palmesanos, tras nueve años de fuegos artificiales, demostraron gran coordinación. No hubo incidentes, y sí los lógicos problemas propios de este tipo de eventos.

Julián Aguirre