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Reciente aún la celebración de la última reunión de la Organización Mundial del Comercio (OMC), muchas son las consideraciones que desde distintas ópticas se están haciendo estos días en lo concerniente a los asuntos tratados y los escasos acuerdos logrados. Pero por encima de todas ellas parecería lo más sensato enfocar la cuestión atendiendo a un aspecto esencial: hoy, la consecución de un comercio mejor implica necesariamente que se trate de un comercio más justo, más humanitario, y que otorgue más posibilidades a los países que se hallan en vías de desarrollo. Y todo lo demás no es sino puro mercadeo que obviamente reforzará las expectativas a favor de los países más ricos y yugulará las esperanzas de aquellos otros que aspiran a conseguir un pleno desarrollo. Los últimos análisis de expertos del Banco Mundial calculan que una apertura total del primer mundo a los productos agrícolas e industriales de los países en desarrollo sacaría de la extrema pobreza hacia el año 2015 a unos 30 millones de seres humanos en todo el mundo, dos terceras partes de ellos habitantes de Àfrica, sin duda el continente más necesitado. Pero mientras las sucesivas reuniones de la OMC no sean más que un formidable zoco, un gigantesco bazar en el que los representantes de los países más ricos se limitan a defender sus mercados y la conveniencia de sus exportaciones, las naciones en vías de desarrollo se tendrán que contentar con las migajas, habitualmente en forma de unas ayudas que además de ineficaces, están mal repartidas. Mientras las discusiones sobre la cuestión arancelaria prevalezcan sobre las que afectan a la cuestión humanitaria, poco cabe esperar de las futuras cumbres de la OMC, como no sea el ver reforzadas las posibilidades de negocio de los que más tienen que ofrecer.