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Hace semanas que el Gobierno de José Luiz Rodríguez Zapatero lanza mensajes difuminados que alentan la esperanza de cierto avance en la resolución del conflicto vasco. Mensajes de momento vacíos de contenido, a menos que prestemos atención a los rumores que hablan del inicio de contactos y conversaciones entre el entorno de los terroristas y representantes del Ejecutivo socialista. De ser así, nada habría de extraño, porque todos y cada uno de los gobiernos que ha tenido este país desde la llegada de la democracia han establecido sus puentes hacia el mundo de la violencia, por desgracia sin los resultados anhelados.

Sin embargo, y cualquiera lo sabe, la esencia de esos contactos, si los hubiera, es la discreción, el silencio, la máxima prudencia. Sólo así un enviado gubernamental puede tantear la situación, el clima, las posibilidades de avanzar en un proceso que, necesariamente, ha de ser complejo, largo y siempre de incierto final. Por eso está de más el barullo organizado tanto desde el Gobierno, aunque sea en forma de filtraciones, como desde la oposición, que airea, tergiversa y aprovecha un asunto de Estado para denostar la labor gubernamental. En estos casos se impone la seriedad, el sentido de responsabilidad y, ante todo y sobre todo, el interés general de los españoles.

Y mientras los etarras continúan poniendo bombas, extorsionando a industriales, amenazando a la sociedad vasca y española y llevando a cabo purgas internas, los líderes de los partidos más importantes deben dar ejemplo y guardar silencio a la vez que apoyar cualquier intento, por vano que parezca, de acabar con un conflicto que lleva ya cuarenta años enquistado en un país que quiere, de una vez, dejar atrás el pasado y dar una oportunidad a la paz.