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En la actualidad, nueve mallorquines, entre ellos una mujer, y un residente en Palma desde hace dos años, estudian en las distintas academias militares. Cinco de ellos, en la Escuela Naval de Marín (Pontevedra), dos en la Academia general de Zaragoza y tres en la Academia del Aire, de San Javier (Murcia). Pocos para los que estudiaron en los años sesenta, a principios, que fueron en Zaragoza fueron más de once, por lo que lograron formar un equipo de fútbol que jugó una liguilla integrada por equipos de cadetes de otras regiones españolas. Y es que ésto, según parece, va por rachas. Años hay que es más numerosa la presencia de jóvenes de Balears que quieren ser militares de carrera que en otros. «Cuando hice el ingreso hace dos años -nos dice el cadete del aire Antonio P. Buades- era el primer mallorquín que entraba en la academia en bastantes años». Tras aprobar un ingreso que no es nada fácil, puesto que son pruebas orales y escritas muy duras, además de un completísimo reconocimiento médico, que a algunos les cuesta hasta cuatro años conseguir el apto, la carrera militar, sea de mar, tierra o aire, es de cinco años, con horarios muy bien calculados para clases y prácticas que no dejan mucho tiempo para el ocio y el descanso, lo que obliga a estudiar incluso después del toque de silencio. «Ayer tuve dos exámenes, hoy y mañana voy al campo, de maniobras, sin tiempo para estudiar, y cuando regrese tengo otros dos exámenes -contaba el caballero cadete de tierra Osuna Lozano-. No sé cómo me las arreglaré, pero seguro que aprovecharé los pocos minutos que tenga libres para estudiar». Y es que en las academias, a medida que adquieres experiencia y vas conociendo su funcionamiento, da la impresión de que la hora le dura a uno más de sesenta minutos. Y eso debe de ser así, porque lo oímos decir en las tres.

A decir verdad, en nuestro periplo a través de Marín, Zaragoza y San Javier, tuvimos suerte. Salvo que nos llovió un poco entre Huesca y Valencia, el resto del tiempo fue bueno, lo que se tradujo en sol, poco frío y asfalto seco, sin duda los mejores compañeros de viaje para quien lo hace por carretera. Ni que decir tiene que en las tres academias nos estaban esperando. A través del curso reglamentario, habíamos pedido los correspondientes permisos para acceder a los centros y poder entrevistarnos con los alumnos que deseábamos, en este caso de Balears o que tuvieran que ver con el archipiélago, ya que si no lo haces así nadie te abre la puerta.

El primer lugar que visitamos fue Marín, pequeña localidad de la provincia de Pontevedra, a cinco kilómetros de esta ciudad, que gracias a los alumnos de la Escuela Naval goza de cierta vidilla. Nada más acceder al recinto por la gran puerta principal, en uno de los pantalanes que quedan a la derecha, al lado de lo que se conoce como edificio de maniobra «Príncipe don Felipe», está amarrado el Giralda, barco entrañable, que fuera de don Juan, conde de Barcelona, y que cada verano vemos en Palma con motivo del homenaje que se le hace, una vez que ha concluido la regata que lleva su nombre. El jefe de estudios nos concedió una hora y media para estar con los cadetes y guardiamarinas, ordenando que nos acompañe el teniente de navío Rendón. Poco tiempo es ese, desde luego, pero como pudimos comprobar, noventa minutos bien aprovechados, como dicen ellos, dan para mucho. Ellos son Miguel Àngel Uribe Martín, guardia marina de 2º, Manuel Peñuelas, guardia marina 1º, Luis Salanova Otero, aspirante a militar de complemento, Carmen Vélez López, aspirante de primer curso y Héctor Arias Macias, aspirante de segundo curso.

Pedro Prieto