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Para comenzar la tercera etapa del recorrido por las zonas turísticas de la Península desde Roses a Ayamonte, y antes de enfrentarnos a los «colosos» Torremolinos y Marbella, decidimos hacer parada y fonda en un lugar atípico de cuantos habíamos pasado, es decir, lejos de grandes concentraciones hoteleras. Ese lugar lo encontramos en La Mamola, a pocos kilómetros de Motril, en la costa de Granada.

El trayecto continuó por carretera porque la autopista todavía está en construcción y empieza a mostrar los impresionantes viaductos, que vistos desde abajo producen vértigo. No hubo demasiados problemas de tránsito y sólo algunas retenciones al pasar por el interior de los pueblos.

El trayecto hacia el sur lo efectuamos entre mares de plástico. Kilómetros y más kilómetros de invernaderos que no dejan ver la tierra y durante casi 100 kilómetros por 60, según se dice, y que le dan un aspecto extrañamente brillante al entorno. Desde la carretera, divisamos un hotel solitario, en la costa junto a más invernaderos. Fue el único hotel en el que no encontramos plaza, y su clientela la constituía los trabajadores y sus familias. Pocos kilómetros después está La Mamola, un pequeño pueblo pesquero que nos recuerda a es Molinar y que intenta derivar hacia el turismo. No hay hoteles, pero sí hostales modestos. En los pocos restaurantes se puede disfrutar de buen pescado, aunque no puede decirse que sea especialmente barato. Lo mejor, el ambiente tranquilo, y la oportunidad de gozar de la fresca noche paseando por el frente marítimo. Lo peor, la carretera que pasa junto a la ventana de la habitación; y era 31 de julio.

Más autopista, y de repente el desvío a Torremolinos, al pie de las estribaciones de la Sierra de Mijas. Sin plano del lugar logramos aparcar en una calle que pensábamos estaba junto a la playa. Lo estaba realmente, pero a unos 50 metros más abajo. En realidad nos encontrábamos en el sitio, «La Roca», desde el que se puede ver la mejor panorámica sobre las playas. A la izquierda, las playas de Carihuela, Montemar, y la del Saltillo. A la derecha, las del Bajoncillo, Playamar y Los Àlamos, y el respectivo animado paseo marítimo.

Las playas están muy bien ordenadas, con sus correspondientes servicios de ducha y demás mobiliario playero, puestos de vigilancia y socorro. Están repletas de gente, pero con espacio vital suficiente como para no sentirse agobiados.

La fachada marítima recuerda a cualquier otro lugar, como Cala Millor o la Platja de Palma. Abundan los edificios de apartamentos en mayor número que los hoteles, de los que predominan los de cuatro o tres estrellas, que representan el 40 por ciento de la infraestructura hotelera de toda la Costa del Sol. La diferencia está en que forma la periferia del pueblo original de Torremolinos, que desde 1988 tiene ayuntamiento propio y una población estable de aproximadamente 32.000 habitantes.