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Como todos intuíamos, el apoyo de Esquerra Republicana de Catalunya a los socialistas para la formación del gobierno autonómico empezaría a chirriar a la hora de negociar la reforma del Estatut. Apenas ha comenzado el proceso, pero en Madrid muchos socialistas y prácticamente todos los conservadores vaticinan un futuro nada esperanzador, aunque esto es excesivamente catastrofista.

De cualquier modo, aprovechando las vacaciones agosteñas, el equipo de José Luis Rodríguez Zapatero ya ha empezado a sentar las bases para nuevos acuerdos con otras fuerzas políticas, ahora que tiene que aprobar el Presupuesto para el próximo año, quizá en previsión de que el tripartito catalán salte por los aires, que sería la consecuencia natural si fracasa la negociación sobre la reforma estatutaria.

No lo tendrá fácil el Gobierno, porque en esto de negociar con las minorías siempre hay que ofrecer algo y los grupos pequeños suelen aprovechar las circunstancias -una mayoría escueta en el Congreso de los Diputados- para poner sobre la mesa algunas de sus exigencias más ambiciosas.

El primer candidato es el PNV, que en otros tiempos tuvo un papel importantísimo en la gobernabilidad nacional, tanto con el PSOE en el poder como con el PP. Hoy está enfrascado en su propia reforma del Estatuto de Gernika, pero a la hora de prestar su hipotético apoyo a Zapatero seguramente pasará una factura elevada, como lo harán también los gallegos, los canarios y los aragoneses, cuyos votos pueden resultar cruciales.

En caso contrario y, dadas las tensiones en el seno del PSOE a raíz del debate territorial, cabe pensar en un posible adelanto electoral, aunque por el momento sobre el tapete sólo se encuentra una posible reconfiguración de la mayoría parlamentaria. La respuesta, en cualquier caso, la encontraremos a la vuelta de las vacaciones.