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El sindicato UGT celebra su congreso confederal con la presencia, por primera vez en la historia, de un presidente del Gobierno, en este caso José Luis Rodríguez Zapatero, que les ha pedido ayuda para reformar y garantizar las pensiones. No es un asunto fácil ni cómodo, porque en este recién estrenado siglo XXI los sindicatos han perdido buena parte de su significado histórico y están a la búsqueda de su propio espacio en una sociedad cada vez más individualista.

Pese a todo, el mundo de las relaciones laborales sigue siendo complejo y los trabajadores todavía precisan del respaldo de entidades más fuertes, capaces de defenderles de los abusos de poder que aún se producen.

Las cifras del paro, los contratos basura, el posible alargamiento de la edad de jubilación, la falta de productividad, los problemas derivados de la formación académica, la escasa inversión en investigación y tecnología, la desfavorable situación de las mujeres trabajadoras, la inexistente posibilidad de conciliar vida laboral y familiar, la difícil adaptación del sistema laboral a los discapacitados, el desembarco masivo de inmigrantes... Son muchos flancos los que reclaman la atención del Gobierno, pero también de sindicatos y patronales, que tendrían que hacer un serio esfuerzo para afrontar los flancos más débiles de nuestro sistema. Por no hablar del delicado futuro de ese Estado del Bienestar que en los países más avanzados de Europa empieza a tambalearse -ahora más, con el «no» francés a la Constitución- y que aquí ni siquiera hemos llegado a conocer. Si nuestro anhelo se basa en la justicia social y en la protección de los más débiles, hemos de reconocer que el sindicato es todavía necesario, aunque quizá los métodos de hoy no se ajusten a una realidad.