Vestido como la última vez que vio al Papa en 1998, Jesús Murgui,
obispo de Mallorca, compareció ayer ante los medios de comunicación
con la cruz que le regaló el Pontífice, grabada con el escudo de
Juan Pablo II en el que aparece una M de María en el centro de una
cruz. Asimismo, llevaba puesto el anillo que le hicieron al ser
nombrado obispo de Mallorca; réplica exacta del anillo del Papa:
«No suelo vestir así, lo he hecho como homenaje al Santo Padre»,
dijo cuando expresó su dolor por la muerte del Pontífice.
Murgui hablaba por teléfono con otro sacerdote cuando éste le
transmitió la noticia. Después, a las 23.30 horas aproximadamente,
le llegó la comunicación oficial, el fax de la nunciatura y, por
último, recibió la copia del pésame que la Conferencia Episcopal
envió al camarlengo, el cardenal español Martínez Somalo. Murgui se
retiró a una capilla privada para rezar por el alma del Papa
muerto.
De la proyección pública de Juan Pablo II, el obispo destacó
ayer su inteligencia, su capacidad de liderazgo e hizo especial
hincapié en la «misteriosa forma» que permitió al Papa conectar con
los jóvenes.
Murgui recordó la vida de Karol Wojtyla: marcada por la pérdida
de su familia, padres y hermano; por la guerra, la exclusión
social; la invasión de Polonia, el holocausto... «Juan Pablo II fue
un luchador de la vida», dijo, al tiempo que reseñó su calidad
moral y ética forjada sobre una «fe rocosa».
«Fue la única voz a nivel mundial que condenó la guerra de Irak,
abierto al mundo judío, defensor de la causa Palestina, figura
clave en la reestructuración de Europa; en definitiva, un hombre
que dejó clara su independencia», apuntó.
En cuanto a la proyección interior de Juan Pablo II, Murgui
destacó su fe y su estructurada labor evangelizadora: «La nueva
evangelización que en Occidente encaminó a iluminar al ser humano;
en el tercer mundo a la lucha contra la pobreza y en el segundo
mundo, como los países del Este, a luchar por una libertad madura
en valores, alejada del consumismo». Murgui también destacó el
trabajo del Papa en el desarrollo del Concilio Vaticano II, la
riqueza de sus encíclicas, los sínodos «monotemáticos» y su
devoción mariana: «El Papa fue un enamorado de la Virgen María»,
apuntó Jesús Murgui..
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