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La nieve prometía, pero no tanto. Toda Palma despertó el miércoles con la tercera mejor nevada de los últimos cien años ante los ojos. Esa luz especial se abrió paso entre las legañas y enfundados en sus batas, quien más quien menos, todos se aventuraron contra el frío para disfrutar del espectáculo.

Tomeu, como cada mañana, llevó a su hijo al colegio pero apenas tuvo tiempo de despedirse porque el chaval corrió hasta el patio con un entusiasmo inusual en él para perderse, entre los demás, en medio de una gran batalla de bolas de nieve. Fue esa emoción infantil la que empujó a Tomeu a apartarse de la ruta de siempre hacia el trabajo para desviarse, por esta vez, hasta Can Pere Antoni y extasiarse ante la playa inmaculada.

A esa misma hora, en el campus de la Universitat, cientos de estudiantes iniciaban otra batalla. Algunos de ellos nacieron con la anterior gran nevada palmesana, hace justo veinte años. Para todos era ésta una experiencia sin recuerdo en la memoria. La ocasión merecía la pena, así que los amigos de Daniel dieron marcha atrás para volver al campus con la tabla de snowboard y hacer sus pinitos en la loma, y dejar constancia del momento con imágenes captadas desde el móvil.

Mientras la mayoría de los palmesanos disfrutaba, cada cual en su medida, de ese día en blanco, las brigadas de carreteras del Consell de Mallorca evaluaban la situación en las vías más conflictivas. A media mañana ya volaba por la red hacia todos los colegios de la Isla la circular de la Conselleria d'Educació en la que se autorizaba a cada centro, cada cual según su criterio, a decidir o no suspender las clases para que ningún alumno corriera riesgos al volver a su casa en vistas de que el temporal iba a más. Fue por eso que los niños se encontraron, y nunca en mejor momento, con el recreo más largo que recuerdan. Y el mejor.

Doña Pilar, habitual del centro de salud, decidió esa mañana no arrastrar sus ochenta primaveras hasta la sala de espera, no fuera que, por atender los achaques de siempre, este frío polar fuera a traerle muchos más. Y se quedó en casa, pegada a la estufa y a las pantuflas, disfrutando de su propio espectáculo, el que ofrecían los perros del barrio, siempre sueltos, siempre molestando, dejando siempre sus desechos desparramados, con las narices blancas pegadas al suelo, pelados también de frío y desorientados por no poder encontrar su territorio particular. La nieve se llevó los olores.

Las autoridades competentes prefieren a todas luces que se acabe el espectáculo antes de que asome la amenaza del caos. Las carreteras, y ya son nueve las cortadas, empiezan a convertirse en un serio problema, pero la gente tiene que volver a casa. Toneladas de sal se derraman sobre el hielo que empieza a formarse mientras los termómetros coquetean ya con los cero grados. Los operarios de carreteras del Consell de Mallorca llevan rato trabajando con la certeza de que esta va a ser una jornada especialmente larga.

El gabinete de crisis, que apenas terminar de comer se ha reunido en la Conselleria d'Interior, calibra las medidas a adoptar y prefiere el prevenir antes que curar: en cuanto el transporte público haya dejado en destino a todos sus pasajeros quedará prohibido sacar a la carretera ningún autobús hasta nuevo aviso.