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Hace unos años, los dirigentes de los países más industrializados del planeta se comprometieron a contribuir con el 0,7% de su respectivo PIB como ayuda a las naciones en vías de desarrollo. Lo cierto es que ni quienes hicieron la promesa ni aquéllos que esperaban la ayuda se tomaron el asunto muy en serio. Y así ahora la situación ha empeorado hasta extremos que reflejan una auténtica falta de humanidad por parte de los que más tienen y que están en situación de subvenir con creces las necesidades de los que casi nada poseen. Hoy, más de 1.000 millones de seres humanos intentan sobrevivir con menos de un dólar al día, y 2.700 millones lo hacen con apenas dos dólares. Conscientes de ello, los expertos de la ONU acaban de presentar un plan en el que llevan tres años trabajando y cuyo objetivo es reducir la pobreza a la mitad para el año 2015. Elaborado sobre la base de un anterior «Proyecto Milenio», el plan actual exige incrementar la inversión pública en los países pobres hasta los 80 dólares de renta per cápita en un primer plazo, aumentándola progresivamente. Ello, por descontado, supondría un esfuerzo mínimo a los países ricos, sobrados de los recursos de los que otros carecen. Pensemos que hoy las 22 naciones más poderosas de la Tierra dedican tan sólo un 0,25% de su PIB en concepto de ayuda, una cifra muy alejada de aquel 0,7% prometido en la década de los 90. Lo más triste del caso es que cualquier referencia a ese 0,7% es considerada ahora como si de algo utópico se tratara. Cuando en realidad sería suficiente, por ejemplo, con reducir en una quinta parte el presupuesto militar anual de esas naciones para garantizar la ayuda hasta el año 2015. Algo tan sencillo como tener presente que el incremento en la ayuda que hoy se propugna desde la ONU apenas equivale a medio punto del PIB combinado de los países ricos. La conclusión de todo ello es clara: existen inmensas posibilidades de poner en práctica una lucha eficaz contra la pobreza en el mundo, lo que falta es voluntad de hacerlo.