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De vuelta a casa, pasamos por la volcánica Isla de la Decepción, esa vez acompañados por el buen tiempo. El desembarco se hace en unos pocos minutos. La, digamos, Playa del Péndulo en la que nos dejan las zódiacs, es alargada y negra como la brea a causa de las cenizas que el volcán ha ido depositando sobre el lugar a lo largo de sus distintas erupciones. En la orilla, tres pingüinos papúas que iban apresurados hacia el mar se detienen y nos observan, como si nos quisieran dar la bienvenida. Por espacio de una hora recorremos la bahía. El blanco de la nieve que cubre las colinas contrasta con el negro del suelo, del que en determinadas zonas brota una suave humareda, como una neblina, conocida como fumarolas, «lo que significa -indica el guía, señalando hacia abajo- que el volcán está vivo, aunque afortunadamente adormecido».

La verdad sea dicha, cuando te quedas en bañador, te congelas, ya que la temperatura está por debajo de cero, pero una vez que te sumerges, encuentras que el agua está caliente, y como escarbes a la altura del codo al lado de esa parte de la orilla de donde brota la fumarola, te quemas la mano. Es la particularidad de la Decepción, que la hace única en la Antártida. Todo porque debajo de donde nos encontramos hay un volcán, por supuesto adormecido, pero que cualquier día puede despertar como ha hecho en numerosas ocasiones, la última en la década de los setenta, exactamente en 1972.

Para hacer más llevadero el camino desde el agua hasta la toalla -y eso que en mi caso no me había quitado el pasamontañas de la cabeza para no enfriarme del todo-, un miembro del staff del barco nos sirve una copa de vodka, que aunque mitiga el efecto del frío no lo elimina por completo. De ahí que no recuerde haberme secado y vestido nunca con la rapidez con que lo hice en ese lugar. Por lo demás, les aseguro que fue una gran experiencia, tanto que una vez vestido me volví a desvestir, me coloqué el bañador mojado y me di un segundo baño, éste por Manolo Hernández, que como era el que hacía las fotos, no se podía bañar. Bueno, ésa es la excusa que puso. Así que me gané un segundo vodka.

Sobre las siete de la tarde, a través de la Fragua de Neptuno, abandonamos la Decepción rumbo a Ushuaia. Nos quedan dos días de viaje, que discurrirán al son que marque el Drake, que atravesaremos en unas 42 horas.