De vuelta a casa, pasamos por la volcánica Isla de la Decepción, esa vez acompañados por el buen tiempo. El desembarco se hace en unos pocos minutos. La, digamos, Playa del Péndulo en la que nos dejan las zódiacs, es alargada y negra como la brea a causa de las cenizas que el volcán ha ido depositando sobre el lugar a lo largo de sus distintas erupciones. En la orilla, tres pingüinos papúas que iban apresurados hacia el mar se detienen y nos observan, como si nos quisieran dar la bienvenida. Por espacio de una hora recorremos la bahía. El blanco de la nieve que cubre las colinas contrasta con el negro del suelo, del que en determinadas zonas brota una suave humareda, como una neblina, conocida como fumarolas, «lo que significa -indica el guía, señalando hacia abajo- que el volcán está vivo, aunque afortunadamente adormecido».
Un baño bajo cero
Nos despedimos de la Antártida con un chapuzón en la Decepción
11/12/04 0:00
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