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El informe Pisa 2003 ha caído como un jarro de agua fría en nuestro país, que todavía se asombra de los malos resultados académicos de nuestros estudiantes, cuando se trata de una realidad más que palpable en una sociedad en la que la ignorancia supina a veces se admite como un mal menor que tiene cierta gracia. El citado documento nos desvela una verdad implacable: nuestros jóvenes padecen notables deficiencias en sus conocimientos de matemáticas, lectura y ciencias. Algo que todos, a grosso modo, ya sabíamos. De todo ello, lo más preocupante es el deficiente grado de comprensión en la lectura, porque precisamente de la lectura parte todo lo demás y nadie que tenga dificultades para entender lo que está leyendo podrá nunca ampliar sus conocimientos. De ahí que el esfuerzo principal deba encaminarse hacia la resolución de ese déficit.

No lo tienen fácil nuestros dirigentes ante semejante panorama. ¿Cómo conseguir que la juventud y la infancia se interesen por los libros? ¿Cómo hacer que el ambiente socioeconómico en el que un niño se cría no sea tan determinante en sus resultados académicos? Nadie parece tener la varita mágica en este sentido, porque se dan países con poca inversión y mucha pobreza social cuyos alumnos resultan más brillantes que los de naciones punteras.

Quizá la clave esté en revitalizar el amor a la cultura, algo olvidado ya. Fomentar no sólo en los niños, sino en toda la sociedad, la curiosidad por el saber, el interés por mejorar y crecer en conocimientos. Hoy lo que prima es la zafiedad, el dinero fácil y la falta de principios y de objetivos. Debemos combatirlo, aunque será una tarea titánica que irá en contra de muchas de las cosas que hoy se dan por supuestas.