TW
0

El fin del antiguo pailebote mallorquín Miguel Caldentey parece próximo. Así lo permite suponer la lamentable situación en que se encuentra en el puerto de Canet, cerca de Montpellier. Semihundido sobre el flanco de estribor, el agua llena sus bodegas y supera la borda hasta invadir la cubierta. Una situación terminal que no podrá prolongarse mucho más en el tiempo, ya que se han anunciado obras de ampliación y mejora de las instalaciones deportivas de esta marina situada en el sur de Francia. Ejemplo emblemático de la histórica flota de vela balear, este barco, construido en los acreditados astilleros Llompart, inició sus singladuras en 1916 y perteneció a diversos armadores mallorquines hasta que en 1973 fue adquirido por la naviera francesa Compagnie Mediterranée des Golettes, para ser destinado a actividades turísticas.

Sobre sus viejas cuadernas acumula parte de la historia de la navegación balear, con sucesivas singladuras a vela y a motor entre el Archipiélago, la Península y el sur de Francia, acarreando todo tipo de mercancías a granel. Surcando calmas y capeando mares tempestuosos junto a sus contemporáneos de la Naviera Mallorquina, Miquel Estela..., o tantas otras navieras cuyas flotas de motoveleros desaparecieron entre los años 60 y 80 en forma de pira funeraria en la Cala Penyes Rotges o dinamitados tras la escollera de los muelles comerciales. Triste final para tan nobles bajeles con sus características y artesanales proas de violín y espejos de popa que enmarcando sus nombres, ya legendarios y que enarbolaron nuestra contraseña allende el litoral de las Islas y enfilaron sus botalones hacia ultramar, hasta alcanzar las costas del Nuevo Mundo.

Ahora, eMiguel Caldentey, olvidado ya en la Isla que le vio nacer en plena Gran Guerra de manos de los mestres d'aixa, ante el barrio de Santa Catalina, culmina un proceso de profunda degradación que ha reventado ya algunas planchas del forro y amenaza la integridad del casco. Se trata de uno de los últimos supervivientes de la gran flota de vela balear que en su época de máximo esplendor, en torno a 1870, llegó a sumar más de ciento veinte veleros con un porte superior a las sesenta toneladas. Una época cuyo recuerdo se difumina en el limbo de la memoria a la espera de contar con un museo a la altura, que recoja este importante legado documental de nuestro patrimonio histórico marítimo, tan escaso de elementos originales.

Gabriel Alomar