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Conviene recordarlo. En las elecciones del año 2000, que dieron la presidencia a George Bush, el escándalo se centró en el Estado de Florida, gobernado, entonces y ahora, por su hermano, Jeb. Tras cinco semanas de discutidos recuentos, Bush «obtuvo» 537 votos más que su contrincante, Al Gore, cerrándose la disputa cuando el Tribunal Supremo de USA, de mayoría conservadora, decidió por 5 votos contra 4 detener los recuentos, otorgando así la presidencia a Bush. Curándose en salud con vistas al futuro, el Congreso aprobó hace dos años una ley basada en las recomendaciones de una comisión creada al efecto que introducía ciertas reformas encaminadas a mejorar el proceso electoral. La desigual aplicación de dicha ley -por problemas de financiación o por simples discrepancias- y el hecho de que el gobernador de Florida no ha tomado medida alguna para corregir antiguos errores inducen a pensar que en las elecciones del próximo noviembre podrían repetirse. Ésa es, cuando menos, la opinión del ex presidente Jimmy Carter, un experto en la materia puesto que lleva años velando por la limpieza de los comicios electorales en distintas partes del mundo. Desoídas sus recomendaciones, Carter ha alertado a la opinión pública norteamericana ante la posibilidad de que en Florida se dé nuevamente un pucherazo. Un simple dato invita a pensar en tal eventualidad. El sucio intento de los republicanos de privar del voto a 22.000 negros, probables votantes demócratas, por tener historial delictivo, pero por idéntica razón sólo descartar a 61 hispanos, minoría que suele inclinarse por los republicanos, resulta a un mes de las elecciones algo más que sospechoso. En un estado como Florida, que puede ser decisivo en el resultado electoral, semejantes maniobras no tan sólo parecen incalificables sino que atentan contra el espíritu mismo de la democracia norteamericana.