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El crecimiento de los ultraderechistas germanos registrado en las recientes elecciones celebradas en Sajonia y Brandemburgo es analizado estos días en el país con una nada disimulada preocupación, más que por su importancia real, por el valor que tiene como síntoma. Y síntoma en varios aspectos, tanto por lo que tiene de castigo a unos partidos tradicionales, como por el hecho de que los neonazis obtuvieron en torno a un 15% de los votos entre los electores de menos de 30 años. Parece extenderse una progresiva desconfianza hacia el sistema político y económico, en suma, hacia la democracia. Y, por otra parte, se diría que el extremismo de derecha lleva camino de convertirse en un elemento nada despreciable en la cultura juvenil alemana. Todo ello refleja en algún aspecto el trauma social, por así decirlo, que generó la reunificación. El esfuerzo económico llevado a cabo por la Alemania Occidental a fin de levantar la economía de la Alemania Oriental no está siendo bien digerido por todos. A juicio de los expertos, el coste de la reunificación supera los 1,5 billones de euros al año, aproximadamente el 4,5% del Producto Interior Bruto de Alemania. Pese a ello, los germanos del Este no se sienten bien tratados, hasta el punto de juzgar que los políticos no se toman suficientemente en serio sus problemas, al margen de los estrictamente económicos. El «demasiado» para unos y el «insuficiente» para otros motiva una tensión que a la larga podría contribuir a la erosión del sistema democrático. Y ese deterioro del sentir democrático sería susceptible de convertirse en un indeseable caldo de cultivo en el que podrían desarrollarse peligrosas tendencias hacia gestos y posturas autoritarios en una Alemania cuya reciente historia está llena de ellos.