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Hace unos meses José María Aznar, todavía presidente, provocó muchos aspavientos al condenar el fangoso nivel que algunos programas de televisión estaban alcanzando y al proponer medidas para moderar el tono de pésimo gusto de ciertas emisiones. Hubo polémica y protestas de los afectados, pero la cosa ha empeorado todavía más. El lunes, el propio Zapatero anunciaba medidas para mejorar la calidad de la programación infantil. A su llegada a la cúpula de TVE, Carmen Caffarel anunció una profunda reforma de los contenidos de TVE, hasta convertirla en referente de pluralidad y calidad, aunque la cadena siempre ha destacado por mantener un cierto tono de respeto a la intimidad de los hoy llamados «famosos». En la presentación de la nueva temporada, todas las cadenas han lanzado sus propuestas. La televisión pública asegura que habrá programas dedicados a la ciencia, la música, la pintura, la historia, la ecología o el urbanismo. Veremos si los índices de audiencia avalan esta apuesta por la cultura. O, por el contrario, se sigue respaldando algunos de los programas más chabacanos e insultantes de la programación.

Mucho se ha debatido sobre esta cuestión, pero al final las cifras nos dicen que el público devora los programas de corazón con más o menos vísceras. Eso, y la desorbitada costumbre de pagar auténticas fortunas a personajillos infames que únicamente acuden al plató a practicar la difamación, han convertido a esos espacios en un coto condenado a seguir descendiendo peldaños en la escalera de la dignidad. Llegados a esa frontera, no cabe más remedio que echar el freno y pedir a las cadenas de televisión, tanto públicas como privadas, que hagan un ejercicio de responsabilidad y autocontrol. Nunca como hasta ahora se había llegado a tales niveles de telebasura realizada por supuestos periodistas con el benéplacito de los responsables de las televisiones y, lamentablemente, con el apoyo de buena parte de los telespectadores.