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La isla blanca. Bautizada así por su típica arquitectura blanca. Tópico muy típico que tan sólo unos pocos son capaces de visualizar y disfrutar, porque la mayoría de visitantes de Eivissa buscan principalmente una única cosa: marcha. ¿Por qué? Ah, qui le sait. En nuestro periplo por las islas hermanas, pequeñas que no menores, la primera parada es la mayor de las pitiüses. El objetivo es realizar un tour lo más completo posible durante un día y una noche y plasmar sobre el papel lo visto y realizado en cada isla. Hay que comprobar si Eivissa si sigue siendo el último reducto hippy y el primer centro nocturno, y si sigue viviendo de esas viejas historias de piratas y corsarios, si sigue teniendo ese muy antaño carácter fenicio y si su belleza sigue siendo sublime.

Aterrizar en Eivissa y llegar el centro de la capital es cosa fácil. Si buscas marcha las primeras pistas ya las has encontrado de camino del aeropuerto. Las vallas publicitarias que pueblan la carretera están prácticamente copadas por los disc-jockeys, auténticas estrellas de la noche. Aquí no se anuncia una firma de moda, ni El Corte Inglés, ni el último modelo de Ford, ni un supermercado, ni la última campaña del Govern. Aquí son las discotecas las que te acribillan publicitariamente, siendo el gigantón Carl Cox la gran estrella. Uno en Eivissa se siente John Anderton huyendo de su particular Minority Report. Y si te va la marcha, en Eivissa te sentirás cual Pocholo ávido de chumba chumba. Por cierto, no vimos a Pocholo.

Superado y asumido que te encuentras en el paraíso de la noche, otro influjo te arrastra irremediablemente. Es el imán de la playa. La decisión es dirigirse a la playa de ses Salines, todo al sur. Allí viven chiringuitos como el Malibú y el Jokey Club, dos gurús del famoseo y el ambiente más in que tiene hasta zona vip. En el primero, Camacho tiene su mesa reservada con su cerveza con limón y su backgamon preparado, y en el segundo come Ana Obregón.

David J. Nadal