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M. A. LIMÓN PONS
La Reial Acadèmia de Medicina de les Illes Balears (RAMIB), en la actual presidencia del doctor Alfonso Ballesteros, ha renacido de sus frías cenizas. Acaso cuando la ciudadanía media la daba por fosilizada, la Acadèmia se ha tonificado desde dentro, animada por recuperar el prestigio inherente al hecho de ser la institución científica más antigua de nuestra Comunitat Autònoma.

De manera no poco decisiva, ha contribuido a operar semejante metamorfosis la efeméride del sesquicentenario del doctor Mateu Orfila. Aunque concluyan otras causas importantes, esta efeméride, además de darle ocasión de proyectarse ante la opinión pública con nueva savia, también le ha brindado la ocasión de romper el corsé puramente mallorquín -y aún específicamente palmesano- al que permanecía constreñida, diríase que maniatada de años ha.

Una expedición balear promovida por la RAMIB ha querido conmemorar el ciento cincuenta aniversario de la muerte de Mateu Orfila Rotger (1787-1853) acudiendo a la ciudad de sus glorias científicas y universitarias: la ciudad de París, donde desarrolló su memorable obra en la primera mitad del siglo XIX. También es París el lugar en el que reposan sus restos mortales. El destino, pues, resultaba ineludible. Así lo entendió la Acadèmia. Para ello, durante varios meses de mantener encendida la antorcha, la corporación médica ha movilizado a las instituciones autonómicas (el Govern, en concreto) y a las menorquinas (Consell Insular y Ajuntament de Maó, donde había nacido tan insigne personaje).