La danza del vientre requiere de dos elementos: espontaneidad y sensualidad. Foto: JOANA PÉREZ

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Según la tradición, la danza del vientre sirve para aumentar la autoestima, para liberar las tensiones y para ejercitar todo el cuerpo. Es más que un simple ejercicio, es todo un universo simbólico repleto de antiguas creencias. Durante su práctica, llega un momento en el que la mujer decide ir un poco más allá y tomar un nombre de bailarina. Para conseguirlo, debe someterse al denominado Bautizo de Flores como ayer hicieron en el Pueblo Español 43 alumnas de la Academia Helva de Danza del Vientre. Para celebrarlo, las cerca de cien alumnas del centro ofrecieron una demostración de su saber.

No se necesitan años de práctica para poder someterse al Bautizo de las Flores, basta con querer de verdad tomar un nombre como bailarina. Y, ayer, todas lo querían. El acto empezó con el bautizo, una ceremonia simbólica. Las más jóvenes de la academia se encargaron de tirar pétalos por encima de la cabeza de las alumnas. «Decidimos que fueran las más pequeñas porque simbolizan la espontaneidad», afirmó Helva, profesora del centro. Un elemento clave del baile, al igual que la sensualidad. La elección del nombre siempre recae en la bailarina. «Pueden mantener su propio nombre o cambiárselo, son libres de hacer lo que quieran».

Tras el bautizo, las alumnas de la academia hicieron una pequeña demostración de cómo se baila la danza del vientre al numeroso público asistente, un público que abarrotó la sala magna del Pueblo Español. Todas llevaban un vestido que respondía a su personalidad. «Los colores y los adornos definen la manera de ser de la bailarina, explican cómo son». Rojos, verdes, naranjas, azules o rosas, cada una se puso sus mejores galas para mostrar, en grupos, lo aprendido. Las coreografías siempre se basan en la improvisación y, a pesar de no bailar solas, cada una de las alumnas tuvo su oportunidad de lucirse en algunos momentos de la danza, dejándose llevar por la música. Fue un acto lleno de sensualidad y, también, de muchas flores.

Laura Moyà