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Tras la muerte de Hasso, se planteó un problema. ¿Qué hacer con los animales que tenía en casa? Animales salvajes, que nada de gatitos, ni pajaritos, sino fieras en cautiverio. Los más pequeños se donaron, pero ¿y los dos tigres? ¿Qué hacemos con ellos? Su futuro no era bueno, ya que, o los adoptaba alguien, o tendrían que ser sacrificados. Así que enterado de este asunto, Eduardo Raluy, propietario del Circo Williams, optó por llevárselos con él. «Me habló de todo esto gente de la empresa de Hasso. Era evidente que no adoptar a los dos tigres significaba que sus días estaban contados, pues se trata de dos animales grandes, inadaptados a convivir con las personas, que tampoco los puedes tener en un piso ni en una casa, ni sacarlos de paseo; encima son muy solitarios y, además, comen mucho. ¿Qué persona puede querer a dos tigres en casa? Nadie. Por eso decidimos quedárnoslos nosotros y llevárnoslos al circo, lo cual supuso tener que hacerles jaulas individuales, dado que entre ellos no se llevan muy bien, no por nada sino porque hasta ahora habían vivido separados, y dedicarles tiempo».

Según Raluy, estos tigres jamás podrán actuar en el circo, pues ya están fuera del tiempo de aprender, «pero nuestra intención -señala- es que algún día puedan salir a la pista, darse una vuelta por ella y que las gente disfrute viéndolos. Creo que eso, con paciencia, se puede lograr». Esta historia de tigres condenados, pero con final feliz, nos hace pensar que en el circo ni se abusa de los animales ni tampoco se los martiriza, como a veces hemos llegado a pensar. El Williams, un circo modesto, carga con dos tigres que tenían los días contados a los que, por cuenta suya, sin otro provecho que la compañía, va a tratar de reeducarlos. «De momento son peligrosos, porque si te descuidas te atacan y te pueden hacer daño», advierte el propietario del circo.

Pedro Prieto