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El Real Mallorca hizo ayer historia. Al fin se consiguió la Copa del Rey. Lo que no se logró en las dos anteriores ocasiones, anoche fue posible. Atrás quedaban las dos finales en las que la tristeza y la decepción se reflejaron en los semblantes de miles de mallorquinistas. Se había puesto toda la ilusión en aquellas confrontaciones y pese a la entrega y a la pasión de equipo y afición, no pudo ser. Esta vez tenía que ser distinto. La marea roja que se desplazó a Elche y cuantos se quedaron en la Isla sabían que la gloria estaba al alcance de la mano. Llegaron los goles y se tocó el cielo. Fue una alegría que contagió a todos. También hubo lágrimas, pero esta vez eran de emoción por un merecido triunfo del mallorquinismo y de toda Mallorca.

Ha sido el magnífico broche de oro a una temporada en la que ha habido, ciertamente, días difíciles pero también grandes alegrías, como la histórica goleada al Real Madrid en el Santiago Bernabéu. El balance no ha podido ser más satisfactorio. Se ha conseguido el objetivo inicial de evitar la amenaza del descenso y se ha logrado finalizar la Liga en una muy honrosa clasificación.

Ahora ha llegado el momento de que la sufrida afición saboree las mieles del triunfo y comparta con jugadores, equipo técnico y directiva la alegría de haber conseguido, a la tercera, la Copa del Rey. Es tiempo de celebraciones, pero también es el momento de pensar en el futuro, en una nueva etapa abierta a todos los mallorquines. Una afición que ayer vibró con los colores mallorquinistas en Elche, en Son Moix, en ses Tortugues, en cualquier rincón de la Isla... se merece que no se desaproveche la oportunidad que representa la ampliación de capital de la sociedad anónima propietaria del club. Es imprescindible una aportación económica que permita emprender nuevos e ilusionantes proyectos deportivos que en un futuro próximo nos deparen momentos tan mágicos como el de anoche.