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Metidos como estamos de lleno en esta precampaña electoral que poco difiere de la verdadera campaña, se empieza a vislumbrar ya por dónde van a ir los tiros de unos y otros. Terminada la guerra de Irak y agotado ya el discurso sobre el desastre del «Prestige», a los gobernantes y a los aspirantes les toca fijar la mirada en la calle, en los problemas reales de millones de ciudadanos de a pie que, a decir verdad, poco o nada tienen que ver con los suyos. De ahí las dificultades que los políticos encuentran a la hora de pensar, de ver y de sentir como un joven, un parado, un ama de casa o un jubilado.

Y ahí es donde reside la clave del éxito en una convocatoria electoral, en poner el dedo en la llaga en lo que de verdad preocupa a los españoles. Porque las relaciones diplomáticas de Madrid con el resto del mundo están muy bien, pero pocos le concederán mayor importancia cuando están pendientes de encontrar un empleo, de resolver los tremendos problemas económicos que puede generar la compra de una vivienda o de aguantar meses en listas de espera antes de ser atendidos en la Seguridad Social.

Por eso el PP, que suele tener cierta habilidad para tomar la delantera a sus rivales en este tipo de cuestiones, ha planteado ya reformas concretas -algunos dicen que poco eficaces a estas alturas- para facilitar la vida de colectivos como las mujeres, los jóvenes o los autónomos. El PSOE, tomando las riendas de un asunto tradicionalmente del feudo conservador, ha querido incidir en la seguridad ciudadana. Y todos ellos ponen hincapié en la necesidad de poner freno al desbocado aumento de los precios de la vivienda. Un asunto que, a buen seguro, dará mucho que hablar en las próximas semanas.