La vestimenta fue utilizada por los mayores en los pueblos y en Ciutat.

TW
0

La gastronomía, la música y la vestimenta son algunos de los elementos fundamentales que definen la cultura de un pueblo. Esto lo sabe muy bien Miquel Julià i Maimó, natural de Felanitx, un enamorado de la cultura mallorquina, sobre todo de la moda de antaño, con largas faldas con visillos bordados y con encajes, de seda o de paño, según la clase social; pantalones con bombachos para los hombres complementados con chalecos, chaquetas y sombreros; y los tradicionales rebosillos que lucían las mujeres. Con el objetivo de dar a conocer la evolución y las características de la indumentaria de los mallorquines de otros tiempos y su evolución a lo largo de la historia, ha publicado, en colaboración con el CIM, el libro El vestit de pagès a Mallorca, que se presentó ayer en La Misericòrdia.

El libro, en palabras de Miquel Julià «es una recopilación sintetizada y muy sencilla de cómo vestían los mallorquines hasta finales del siglo XIX, e incluso en los primeros años del siglo XX».
En el recopilatorio se pueden observar diferentes indumentarias, que corresponden a las distintas clases sociales de la época, así como la variante en las Pitiüses que, según Julià «se caracerizaba por una mayor sencillez respecto a los ropajes de Mallorca, especialmente en cuestión de joyas de oro y plata». Respecto a Menorca, la diferencia se debe a las influencias británicas en ésta, con unas ropas femeninas algo más atrevidas; en cuanto a los hombres, al contrario que los mallorquines, jamás emplearon los pantalones con bombachos.

Las anécdotas también tienen un lugar en el libro, como por ejemplo que en Asia existe una antiquísima danza llamada «Danza de las flores», que es una imitación del baile y del vestuario de los mallorquines; lo que en palabras de Miquel Julià «denota que la cultura mallorquina no está tan recluida como aparenta».
Con la llegada del siglo XX la moda de Ciutat se impuso al tradicional «vestit de pagès», llamado así porque fueron éstos los últimos en abandonarlo, lo que supuso que sus antiguos usuarios los guardaran en el fondo del armario, como oro en paño; con el transcurso del tiempo se han convertido en preciada herencia de las nuevas generaciones, que los han conservado como testimonio de la historia de sus ancestros.
Irene M. Pery