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Pese a que es un riesgo aventurarse, determinados factores apuntan a que la guerra de Irak se encuentra en una fase ya muy avanzada, aunque resulta del todo imposible dilucidar cuánto tiempo van a tener que prolongarse las ofensivas aliadas o cuál va a ser la resistencia iraquí a partir de estos momentos, lo que determinará, en definitiva, el punto final de la contienda. Sin embargo, ya han comenzado las discusiones en torno al futuro Gobierno posterior a la era de Sadam Husein y sobre la participación internacional en el mismo hasta el establecimiento de un Ejecutivo integrado plenamente por iraquíes. Inicialmente, los Estados Unidos parecen querer manejar el país estableciendo un Gobierno encabezado por alguno de sus altos mandos.

Tras lo acontecido en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas antes de que se desencadenara el conflicto bélico, lo más razonable sería que se retomara el foro aceptado por la comunidad internacional y fuera la ONU la que reorganizara la Administración iraquí. Pese a ello, George W. Bush, con un grado similar de empecinamiento al demostrado con la cuestión de romper las hostilidades con Sadam, parece tener decidido que van a ser los norteamericanos quienes gobiernen Irak en una primera fase.

Esta postura evidentemente conlleva, de nuevo, un enfrentamiento que en nada va a favorecer la recuperación de las normales relaciones internacionales tras la guerra y que, además, puede ahondar la brecha transatlántica abierta a raíz del inicio del conflicto bélico. La peculiar visión del nuevo orden mundial de Bush no parece asentarse sobre la base del diálogo, ni siquiera del diálogo con los que ha considerado siempre países amigos y aliados, y eso es profundamente negativo.