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Aunque empieza a parecer que en esta guerra está todo dicho, analizado y fotografiado, este fin de semana hemos asistido un tanto sorprendidos a las masivas manifestaciones antibelicistas que se han desarrollado en diversos países del mundo árabe y musulmán. Pocas veces se han visto movilizaciones de semejante calibre en ciudades como Rabat, lo que sin duda es muy significativo. Y lo es porque hasta el momento Estados Unidos se había granjeado la complicidad -más que necesaria según en qué zonas del planeta- de los gobiernos moderados de algunas naciones árabes, como Egipto o Marruecos.

Y la agresión aliada contra Irak se ha convertido en una bomba de relojería en todo el mundo árabe, donde auténticas mareas humanas han salido a las calles a rechazar el sufrimiento del pueblo iraquí, al que consideran hermano, y a poner en el punto de mira de sus iras a los líderes norteamericano y británico.

No es una situación fácil, pues podría volverse incontrolable. Para esos gobiernos árabes moderados, el apoyo a Estados Unidos puede significar una fractura social y política en sus países si no se desmarcan a tiempo. Y para España, sin ir más lejos, que siempre ha sido aliada e interlocutora válida para el mundo islámico, el haberse posicionado del lado americano en contra de Irak puede significar una quiebra importante en sus tradicionales relaciones de amistad con los vecinos del sur.

Pero quizá lo peor esté todavía por llegar, pues ya se lanzan amenazas poco veladas a Irán y Siria, que podrían ser los próximos objetivos de Bush en su «cruzada contra el eje del mal», lo que complicaría todavía más el difícil mapa actual del mundo islámico.