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En la mañana de ayer murió Hasso. La última vez que le vi fue hace medio año. Estaba -vivía, mejor- en la sexta planta de la clínica Rotger, rodeado de velas que de vez en cuando mandaba encender, y acompañado por la servicial y discreta Astrid García Prieto, su sexta mujer, a la que repudió porque, según pregonó por activa y por pasiva, se había hecho mayor, y él quería una esposa joven, de no más de 30 años. Pero, lo que son las cosas, ella, que salió de puntillas de la vida, y de la casa mallorquina de Hasso para instalarse en la que éste poseía en Andorra, es la que ha estado a su lado, cuidándole y acompañándole, hasta el final de sus días. ¡Y miren que tuvo mujeres a lo largo de su vida, eh!

Que se sepa, seis -que le dieron tres hijos; desheredó a los dos mayores mientras que por el pequeño mantuvo una encarnizada batalla judicial con la madre de éste- más dos docenas de aspirantes a casarse con él a raíz de que insertara un anuncio en eBild en el que escribió que buscaba esposa, algunas de las cuales, ocho o diez, por lo menos, las trajo a Mallorca a fin de «conocernos mejor», según dijo cada vez que nos presentaba a una diferente, cosa que solía ocurrir cada quince días. Mas al final, como decimos, la que se quedó con él era la suya, la colombiana Astrid García Prieto, con la que se había casado años atrás en Las Vegas. Fue una boda millonaria... en dólares, pues entre la fiesta y lo que tuvo que pagar por trasladar a sus invitados hasta allí, le salió por un ojo de la cara, aunque para él -como solía decir- ese desembolso le quitó el sueño tanto como cuando se compraba una bolsa de cacahuetes.

Este hombre, que se murió a los 79 años, y que según me dijo pensaba vivir, por lo menos, hasta los cien, hizo su fortuna -inmensa, por cierto- a través del contrabando... ¡de agujas de coser! Luego, comenzando por un 600, levantó uno de los mayores imperios derent a car, del que hoy creo que ni él mismo sabía de cuántos coches constaba, aunque por otra parte se dice que su cabeza era una computadora donde todo, hasta el último detalle, quedaba registrado.

Hasso, que además de esposas coleccionó en su casa de Son Sardina animales salvajes -tigres de Bengala, leopardos, pitones, monos, etc.-, a pesar de que algunos lo calificaron de nazi, sufrió en sus carnes toda la fuerza de éstos, pues de joven fue internado en un campo de concentración, en el que le obligaban a estar corriendo todo el día, de lo cual se libró diciendo que padecía tremendas diarreas que le obligaban a estar en cuclillas, horas y más horas, sobre la zanja de la letrina. Y así, en cuclillas, se pasó la mayor parte del cautiverio, «lo cual fue mejor que pasarme todo el día corriendo».

Hasso, apellidado Schutzendorf, descansará para siempre en Mallorca, en Bon Sosec. En una ocasión me contó que buscaba solar en un cementerio soleado para construir un mausoleo coronado por un Rolls Royce de mármol. Me temo que no va a poder ser, ya que, como pensaba vivir hasta los cien años, se despreocupó de eso, pues decía: «Tiempo habrá para pensar en mi entierro». ¿Habrá dejado bien atado el tema de la herencia?, porque me temo que puede haber lío. Y es que es tal la fortuna y tantos, entre ex mujeres, mujer e hijos... Su cuerpo, hasta mañana, estará en Bon Sosec. Descanse en paz.

Pedro Prieto</>