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En las entretelas de la hermosa capital homicida, por aquello tan acertado del «Madrid me mata», se erige como proa de las míticas Puerta del Sol y Calle Mayor, enfilada a cuarenta metros escasos del reloj de Nochevieja de la tele y del kilómetro cero, con sus paredes de piedra gris, sus altos escaparates de cristal, su letrero amarillo en lo alto, cascado y descolorido por el paso de los inviernos, uno de los santuarios venerados por la sociedad madrileña.

La Mallorquina, pastelería de otro tiempo, cueva de ladrones y de delicias, guarda en su vetusta barra semicircular y en el aroma de su café y de sus tartas dos siglos de historia que, como su nombre indica, debe su nacimiento a un desconocido emprendedor mallorquín. Juan Ripoll, empresario pastelero de la Isla, fundó este establecimiento en 1894. Mas no fue ésta la primera Mallorquina que sirvió pan y ensaimadas a los madrileños.

A mediados del siglo XIX ya había dos pastelerías con idéntica denominación; una sita en la calle de la Montera, hoy pasarela de yonkis y prostitutas; la otra en la calle Jardines. Ambas fundadas de igual modo por Ripoll. Su tercera y hasta el momento última ubicación es la que hoy ocupa, frente a la boca de metro de Sol. Vicente Fernández"Escribano García, actual director de La Mallorquina, entró a trabajar en la pastelería como auxiliar administrativo con 21 años. Hoy tiene 83.

Castizo de Atocha, las manos menudas y los dedos finos y muy largos, el pelo blanco repeinado para atrás, un marcapasos que da vida a su corazón, memoria de cocodrilo. Sentado en un taburete tras el mostrador de las rosquillas, controlando tras de sus espejuelos redondos el ir y venir de los sesenta empleados a su cargo, Vicente, que no puede tomar café pero que nos invita a café, recuerda la historia de La Mallorquina.

«La pastelería siempre tuvo su éxito. Imagínese que la primera caja que se hizo, el día que abrió en 1894, fue de doscientas cincuentas pesetas de las de entonces». «Al principio, cómo no, las ensaimadas eran la estrella de la función. Pero hoy ya no se venden tanto», afirma. Vicente no recuerda cuándo murió Juan Ripoll, pero sí la fecha en la que La Mallorquina cambió de dueño. «El 21 de agosto de 1940 cuatro hermanos, los Gallego Rodeles y los Quiroga Àlvaro compraron la pastelería a la nieta de Ripoll».