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A pocos metros de la Presidència del Govern de les Illes, en la esquina de la calle José Ferrer con la plazoleta Drassanes, sigue en pie una vieja pensión que dentro de nada va a ser derribada o remozada. Pues bien, en un cuartucho de esa vieja pensión, a la que se entra por la puerta que viene marcada con el número 15B, vive una familia, compuesta por el matrimonio, dos hijos y un perro de aspecto dócil, y viven en las condiciones más miserables e indignas que uno jamás pudiera imaginar. Porque ni los animales viven así. ¡Vergonzoso!, de verdad. Aquello hay que verlo. Y todo esto, ya decimos, en la capital de una comunidad de un país en el que todo va bien.

Tras flanquear la puerta del 15B, que no es la principal de la que fuera pensión, y a través de la empinada y estrecha escalera, ascendemos al primer piso. El olor está a punto de atontarnos a pesar de que la mujer procura tener aquel caos en el mejor orden que puede. La habitación está a la derecha, al final de la escalera. En el suelo, dos o tres colchones "¿o eran sólo mantas?" sobre los que descansa un perro que al vernos mueve el rabo como si esperara algo, y que es donde duermen y viven. Porque no hay más. El resto del inmueble está muchísimo peor.

«Mi marido y mi hijo mayor andan por ahí; el pequeño está conmigo». El pequeño "nos aclara luego" va a la escuela cerca, «pero hay días que, como está tan sucio el pobre, le da vergüenza ir porque los otros chicos se meten con él. ¿Y qué podemos hacer nosotros si aquí no hay ni agua, ni luz? Eso sí, ratas hay bastantes, y como la puerta de abajo no se puede cerrar, hay noches en que se cuelan otros indigentes».

La mujer nos cuenta que a través de la asistente social pidió que les dieran uno de los pisos del Puig de Sant Pere, «porque como mi marido, que no gana mucho, tiene un trabajo eventual, no nos lo quieren alquilar, pero resulta que no nos lo han concedido; en cambio sí se lo han dado a otros que tienen casa». La mujer sigue contando que ha ido al Ajuntament y que ha pedido hablar con el alcalde.

«Me han dado una carta en la que ponen que ya nos avisarán», explica. Mientras tanto, deben seguir ahí, «y gracias que el dueño de la pensión nos deja estar, que si no, ¿adónde vamos? ¿A Caritas? Ya hemos estado. Allí se consiguió que mi marido, que es el único que puede trabajar, viviera unas semanas en Can Pere Antoni y unos días en el Hospital de Nit, y así poder descansar. Ésa ha sido la solución que nos han dado por unos días. ¿Qué podemos hacer? Porque ni podemos pagar según qué alquiler, ni tampoco nadie nos quiere alquilar».