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PEDRO PRIETO-ENVIADO ESPECIAL Pues miren. No encontramos barricadas en la calle, ni tensión entre las cuatro culturas que integran la comunidad ceutí, a donde hemos llegado con el alba tras haber atravesado el Estrecho en cuarenta minutos a bordo de uno de los ferrys que a diario lo cruzan desde el amanecer a la anochecida. En taxi hacemos el recorrido de apenas dos kilómetros, que son los que separan la estación marítima del hotel Tryp, donde nos estableceremos. Al preguntarle al taxista si pasa, o puede pasar algo, nos responde, casi con una carcajada, con un «¿Qué va a pasar? Si aquí se vive como Dios. Mire -deposita los bultos en la acera-. Por mucho que el Mohamed largue, ni aquí, ni en la otra parte de la frontera, nadie quiere que cambien las cosas. ¡Eso son politiqueos, fantasmadas de ese hombre! ¿No ha visto lo tranquila que está la ciudad?».

Tras abonarle la carrera, le preguntamos como llegar a Perejil. Nos dice que no es fácil. «Hay que pasar a Marruecos, y en un taxi llegar a una zona en la que hay un cabo, tras el cual está el islote. Y si quieren llegar a él, habrán de hacerlo en barca, lo cual no es sencillo, pues a lo mejor no hay ninguna por allí». Depositadas las bolsas de viaje en la habitación, y recabada cierta información cerca de un policía local con el que nos hemos cruzado en la calle sobre que zonas podemos encontrara las distintas comunidades -«¡Cuidadín!», nos advierte, «si van al barrio del Príncipe Alfonso. Ahí pueden tener problemas».

Antes de acudir a Comandancia General, donde nos espera el general Yagüe, nos acercamos a pie -en Ceuta, lo típico e histórico está muy a mano- hasta las murallas que rodean la fortaleza, a su vez circundadas por un foso con agua -el único en España-; agua salada, del Mediterráneo que está al lado y que se cuela por debajo del puente. A la derecha de la fachada del castillo que mira hacia el puerto, un enorme cartel anuncia que se está remodelando el Baluarte de los Mallorquines, y que la obra se hace, vía Consejería de Fomento de la Ciudad Autónoma de Ceuta, gracias a una importante aportación económica de la CE, y que su costo total es de algo más de un millón de euros.

El Baluarte, según nos señala una ceutí que pasaba por allí, se encuentra frente a nosotros. De él tan solo quedan los cimientos y las galerías que los recorren en su subsuelo. Entre los restos del Baluarte de los Mallorquines y la parte de la muralla rodeada por el foso, está el puente de Cristo, por el cual pasa la mayor parte de la circulación de aquel tramo de la ciudad. Con Hammadi habíamos quedado en la víspera, vía móvil -le habíamos llamado desde Algeciras, adonde llegamos cinco minutos tarde para poder embarcar en el último ferry, por lo que tuvimos que hacer noche allí-, que le llamáramos por la mañana, «pues tengo un musulmán radical que puede interesaros, sobre todo por lo que dice respecto a la hipotética anexión de Ceuta y Melilla por parte de Marruecos».