TW
0

Julio Verne sabía elegir el escenario de sus novelas y por ello, su «Vuelta al mundo en 80 días» no podía haber sido de otra manera que desde el aire, donde las distancias se acortan y el mundo se rinde a los pies. Ultima Hora quiso ser partícipe de esa sensación de libertad y por un día nos convertimos en el aventurero Phileas Fogg dando la vuelta a la Isla en dos horas. Claro que en la época de Verne sólo podía hacerse en globo y aunque la experiencia debe ser inolvidable, los avances del siglo XX permitieron que hoy pudiéramos disfrutar de un paseo en avioneta.

Agosto está siendo un tanto extraño, tan pronto llueve como hace un calor agobiante y esta inestabilidad del tiempo no asegura el poder volar. Pero hemos tenido suerte. Son las 11 de la mañana, el cielo está despejado y el termómetro en el aeródromo de Son Bonet ronda los 30 grados. La avioneta está preparada. Por dentro, es amplia. Los sillones, con capacidad para cuatro personas, son muy cómodos y, salvo unos cuantos contadores más, recuerda al interior de un coche.

Tras comprobar que todos los monitores están en regla y esperar la orden de salida de la centralita, comienza el calentamiento de motores. Cinturones apretados y la avioneta empieza a tomar velocidad. Uno siente el cosquilleo en el estómago y segundos después, se encuentra sobrevolando Palma a 500 metros de altura y una velocidad de 210 Km/h. Todo se ve minúsculo desde lo alto. Las casas parecen de juguete y las piscinas particulares, pequeñas manchas azules. De camino hacia las playas del norte, el paisaje se vuelve cada vez más bonito. El verde es el color dominante y la Serra de Tramuntana se erige con solemnidad marcando el recorrido.

La llegada al cabo Formentor es espectacular. El azul intenso del mar se confunde con el horizonte y uno siente la imponente calma del Mediterráneo, sólo quebrantada por el paso de alguna que otra solitaria embarcación. En seguida se divisa el colorido de las sombrillas y las hamacas. Son las playas de Pollença, Alcúdia y Can Picafort, lugares turísticos consagrados, que atraen cada verano a miles de personas. Los barcos atracados en el puerto dibujan una postal preciosa y desde la avioneta, los bañistas, que disfrutan de este soleado día, se pierden en la distancia. El viaje continúa por la costa este donde se encuentran conocidos parajes como Cala Rajada, Cala Millor, Portocristo, sa Coma o Calas de Mallorca, entre otras. La variedad es enorme y los turistas se reparten en cada una de ellas.

Ya en la parte sur de la Isla, comienzan los tres kilómetros de agua cristalina de la concurrida playa de es Trenc. Es domingo y aunque todavía es pronto, ya han empezado a acudir los miles de personas que aprovechan su día libre para descansar en la fina arena. El recorrido va llegando a su fin. El aeropuerto de Son Sant Joan está cerca y se nota el tráfico aéreo. Es peligroso acercarse para ver la Platja de Palma, así que lo mejor es volver al aeródromo de Son Bonet. La avioneta va descendiendo poco a poco. El aterrizaje es sencillo y en un abrir y cerrar de ojos las ruedas ya han tocado suelo. El viaje ha terminado, pero ha merecido la pena ser el señor Fogg durante dos horas.