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Un presidente argentino, Juan Domingo Perón, tal vez curándose en salud, gustaba de recordar la frase que establece que el pescado y las instituciones empiezan a pudrirse por la cabeza. No se puede decir ni mucho menos que la trayectoria de Perón fuera irreprochable, pero hay que reconocer que la historia posterior de Argentina en materia de corrupción ha superado cualquier posible previsión.

Se trata de un gran país con un miserable destino. Dictaduras militares, breves episodios de auténtica y endeble democracia, levantamientos y sucios gobiernos que de la mano de un peronismo que se niega a morir han acabado por llevar a la nación a la bancarrota, jalonan las última décadas de la vida del país. Esta pésima tradición encarna ahora de la forma más ruin en la persona de Carlos Menem, ex presidente que increíblemente aspira ahora a la reelección, figurando sorprendentemente entre los candidatos favoritos. Algo que habla a las claras del desquiciamiento al que ha llegado una sociedad argentina capaz de ver como posible solución a sus problemas el retorno de quien es uno de los grandes culpables de la depauperación social, política y económica que hoy sufre el país.

En junio del pasado año, Menem fue reducido a arresto domiciliario tras ser acusado de venta ilegal de armas a Croacia. Después de levantarse dicho arresto, posteriores investigaciones judiciales llevadas a cabo en Argentina y en Suiza vinculan al que fuera presidente a tres procedimientos que confluyen en la existencia de dos astronómicas cuentas ya localizadas "a nombre de su ex esposa y de la hija de ambos y presumiblemente de otras cuyos titulares serían algunos de sus más estrechos colaboradores. Sobornos, fraudes, prevaricación, podrían ser los vasos nutricios de esas cuentas, ante la mirada atónita de un país maltratado por la necesidad. En Argentina, este tipo de cosas duelen ahora más que nunca.