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Amina Lawal será lapidada por la aplicación de un código islámico que pone los pelos de punta a Occidente. La fecha se ha fijado para el año 2004, cuando termine de criar a su hija, fruto de una relación extramatrimonial con un vecino de su aldea que la ha conducido a la pena de muerte. De haber sido soltera, Amina habría sido acusada del delito de fornicación y la ley islámica la habría castigado con cien latigazos.

No se han hecho esperar las reacciones. Amnistía Internacional afirma que la sentencia es un paso atrás para los derechos humanos, unos derechos escritos sobre papel hace más de 50 años que se incumplen de forma sistemática en muchos países como Nigeria, donde Amina, si el resto del mundo no lo impide, morirá de una forma terrible.

Agrupaciones de abogados musulmanes han desafiado la aplicación del código islámico afirmando que la interpretación nigeriana de la sharia (ley islámica) es extrema. Lo mismo piensan diversas organizaciones de todo el mundo, que de nuevo se están movilizando para evitar tal barbarie. Asombra que en pleno siglo XXI, con un desarrollo imparable de las tecnologías de la comunicación, existan códigos penales más propios del medievo, que infligen horrendas penas a las mujeres.

La civilización tiene, pues, muchas asignaturas pendientes en el llamado tercer mundo. La primera debe ser lograr el escrupuloso respeto de los derechos humanos. Pero no se trata de imponer una perniciosa occidentalización que rompa con cualquier otro modelo cultural que no coincida con nuestros esquemas. Europa ya se equivocó en Àfrica durante la epoca colonial. Ahora hay que favorecer el desarollo de las libertades y la instauración de gobiernos democráticos que no permitan casos como el de Amina.