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Los responsables de los países más ricos del planeta parecen empeñados en una campaña encaminada a tranquilizar a sus ciudadanos en lo concerniente a la evolución económica. Recientemente desde Canadá, y antes desde Halifax, han llegado mensajes que establecen que pese a todo la economía mundial estará recuperada en un año; una economía mundial hoy sacudida por la inseguridad que se deriva especialmente de los fraudes contables registrados en grandes empresas y la consecuente crisis bursátil. El presidente Bush aseguró ante los Ocho que la economía de Estados Unidos crecerá este año entre un 3 y un 3'5%. Se trata sin duda de una buena noticia que unida a los pronósticos sobre recuperación, deberían surtir un efecto francamente estimulante sobre la opinión pública en general. Pero ocurre que quizás son cada vez más los que no se preocupan tanto del buen estado de la economía mundial, de la riqueza que se genera, sino de la forma en la que se reparte. Crece a diario, incluso en el seno de las naciones ricas, un auténtico clamor que urge a nivelar las tremendas desigualdades hoy existentes. Y para ser consciente de esas desigualdades nada tan efectivo como mirar hacia Àfrica, un continente en el que hoy malviven más de 300 millones de pobres de solemnidad, y que recibe menos del 1% de la inversión mundial; y aún así cuando ésta llega se centra casi exclusivamente en la extracción de las grandes riquezas que el continente posee en oro, diamantes, petróleo, etc. En Àfrica, esa expectativa de vida que se suele presentar lógicamente como emblema del progreso de los tiempos modernos, ha descendido de los 50 a los 47 años; de los 40 Estados que pasan más apuros para que sus finanzas no se vean devoradas por la deuda externa, 22 son africanos. Mientras, el mundo rico se felicita por la posible recuperación de su economía. Pero muchos saben ya a ciencia cierta que cuando hablan de economía se refieren a «su» economía, porque la economía mundial es otra cosa, que por cierto incluye a panoramas de pobreza como el africano, o el latinoamericano, o el de determinados enclaves de Extremo Oriente, en los que a los comienzos del siglo XXI se sigue padeciendo una medieval miseria.