El burka no ha desaparecido de Kabul, según han comprobado nuestros enviados especiales. FOTO: JOAN TORRES

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Kabul no tiene remedio. Tampoco Afganistán entero. Ahora, salvo en las montañas de Shaki Kot, cerca de la ciudad de Gordez, y a no mucha distancia del pueblo en el que vivía Abil Bashir Hambullah, donde los norteamericanos se siguen zurrando la badana con lo que queda de talibán y Al Queda, éstos echando mano de los morteros y aquéllos con las BLU-118B, bombas que penetran en el interior de la tierra, parece que reina una relativa paz. Y tal vez eso es así "no duden que es así" porque la capital y algunas de las ciudades más importantes están tomadas por las tropas de la ONU, entre ellas las españolas, comandadas por nuestro paisano el coronel menorquín Coll Benejam. Porque el día en que los occidentales abandonen el país, seguro que se vuelve a liar una de muy gorda.

¿Por qué? Porque el pueblo afgano, mosaico de numerosas tribus, de las que hoy, algunas, no pintan nada, pero que mañana quieren pintarla, se lían a tiros por menos de nada. Porque ahora manda, con el apoyo de Occidente, un gobierno de la Alianza del Norte liderado por el pastún "tribu hermana de la talibán, aunque no tan radical como ésta" Hamid Jarzai, y los de la Alianza no son mejores que los talibán, que en vista de lo sucedido últimamente se han afeitado la barba y, como nos decía un colega, han escondido el fusil debajo del colchón a la espera de que vengan mejores tiempos. Hay, además, a lo largo de los años, un camino recorrido por unos y por otros en el que han quedado muertos y han aflorado odios y venganzas que a nada que puedan pasarán factura.

Encima, el afgano en general, no se deja dominar por nadie. Supe, recientemente, que hay un dicho que pone de manifiesto la razón de su independencia y, llegado el caso, la unión con la tribu vecina para defender su territorio ante cualquier invasión: «Yo, por algo, peleo contra mi hermano. Mi hermano y yo, por algo, luchamos contra nuestro primo; mi hermano, mi primo y yo luchamos contra el que vienen de fuera de nuestra familia...». Fracasaron en su intento de someterlos, los ingleses a mediados del siglo pasado. Los rusos tampoco pudieron con ellos en los años 80 y ahora veremos qué logran los aliados. Seguramente nada.

Pues con todo eso, y con una cultura islámica que unos extreman más que otros, Afganistán es un volcán, en la actualidad un tanto adormilado, pero que puede explosionar en el instante en que las tropas de la ONU abandonen su territorio, que podría ser cuando Estados Unidos afloje, cosa que no puede demorarse mucho, dado que aquella unidad contra el terrorismo entre republicanos y demócratas surgida a raiz del 11 S, empieza a resquebrajarse. No hace mucho, Bush ha sido cuestionado por el máximo representante de la oposición. Y como se sume a esas críticas la opinión publica, que lo hará a medida que caigan más soldados en las montañas de Shaki Kot, los acontecimientos en este aspecto se desencadenarán y ¡adiós, Afganistán, adiós! por mucho que digan los que ahora apoyan y vigilan la paz. Porque a todo esto, ¿saben? de Bin Laden, no se tienen noticias. Que si al menos lo hubieran pillado.... Pero es que... ¡Ni idea de dónde está!

Kabul, por lo poco que vimos a lo largo de las cuatro horas largas que permanecimos en ella, es lo más parecido a una ciudad fantasma. La vida se hace en la calle hasta las diez de la noche, en que suena el toque de queda, porque en casa no hay nada. Los hombres, en cuclillas, se pasan las horas esperando... ¡pues ni se sabe a qué! Solo unos pocos se acercan al contingente de la ONU a que les den trabajo. Dicen que cuando llegue el buen tiempo irán a trabajar al campo, lo cual puede ser peligroso pues los campos están plagados de minas que han dejado unos y otros en su retirada. Los niños, desde que empiezan a andar, se buscan la vida como pueden y ¡vivos! pues allí nadie regala nada. En la época talibán iban a las madrazas, pero es que ahora dudo que en aquel infierno haya una escuela abierta. Y ellas, la mujeres, ¡pobres!, siguen estando consideradas peor que animales. Con decirle que ni siquiera se han quitado la burka.

La escolta afgana que asistió al ministro Trillo, que se pasó casi todo el tiempo con nosotros, durante el almuerzo que nos ofrecieron en el comedor de campaña del contingente de la ONU, a nada que podían se bebían todo el vino que encontraban a su paso. Y en lo que respecta a mujeres, ni mirarlas, entre otras cosas porque debajo de la burka ni las ves, y porque si lo haces con descaro y encima te ven, puedes tener problemas. «Así que cuando libro "nos decía un soldado español" me quedo en el recinto haciendo gimnasia, viendo la tele, leyendo o durmiendo. Ahí afuera no tengo nada que hacer». Y si encima observas lo que ves alrededor, sacas la conclusión de que Kabul, y por ende Afganistán, es medioevo en pleno siglo XXI. Y sería más medioevo todavía de no ser por los coches, las bicis y alguna que otra tanqueta de la Alianza del Norte que se ven por las destartaladas calles o carreteras. Y eso, vivir en el siglo VII, o siglo de Mahoma, para el afgano en general es el ideal: Mahoma es su líder, su vida, su santo y su seña.