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El espíritu de apoyo, solidaridad y colaboración entre los países que conforman la UE y los Estados Unidos que nació tras los atentados del pasado 11 de septiembre, se ha ido debilitando progresivamente. Y ello se ha debido a la política agresiva y unilateral de un país que, sabiéndose dueño del mundo, parece últimamente empeñado en demostrarlo.

Las reiteradas amenazas de Bush a cualquier país en el que crea ver sombra de hostilidad, la militarización de su política y su casi obsesivo empecinamiento en reducir todo problema a terrorismo, están enfriando el ánimo de aquella teórica coalición internacional que hizo piña con una Norteamérica herida. Tanto en el seno de la Unión Europea como en el de la OTAN se censura ya a las claras esa actitud de prepotencia estadunidense, a la vez que se teme que desemboque en una multiplicación de los conflictos armados. Un temor que se ha visto aumentado tras las imprudentes manifestaciones del segundo de a bordo del Pentágono, Paul Wolfowitz, quien no pudo ser más explícito: «Hemos sido atacados y no necesitamos ninguna resolución de la ONU para la autodefensa; ésa es una de las grandes diferencias entre los europeos y los norteamericanos».

Obviamente al hablar de las diferencias, Wolfowitz se refería a un poderío militar incomparable. Hoy se puede decir que Washington se halla algo más lejos de Bruselas de lo que lo estaba unos meses atrás. Y lo más inquietante del asunto es que los norteamericanos parecen haber entrado en una especie de carrera sin retorno, ni freno alguno, en la que toda política pasa necesariamente por el empleo de la fuerza, olvidando cualquier argumento ajeno a ella. En tales circunstancias, Europa y el mundo entero se van a ver forzados a vivir en una constante tensión determinada por los imperativos designios que lleguen desde la Casa Blanca, y que posiblemente dejarán en nada aquella incertidumbre que se vivió en los tiempos de la «guerra fría».