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Cuentan que El Terreno era un barrio "más bien una ciudad aparte" de Palma, elegante, noble y con una estirpe especial. Aún hoy se conserva un poco de aquello, aunque los días pasan, y en poco tiempo y si todo sigue así el ambiente de El Terreno será más bien una leyenda, algo que vivieron nuestros antepasados y que nosotros y nuestros hijos sólo conocimos gracias a las bellas palabras de nuestros abuelos.

Dejando la entrada de Bellver y bajando la calle Polvorín uno comprueba la solemnidad que aguardaba ese barrio entonces. Pero los pilones caídos te vuelven a la realidad, la basura y el mamotreto alzado junto al bosque te vuelven a hoy. Dejamos Polvorín y nos adentramos en Robert Graves. Triste, muy triste es la sensación de caminar por un calle ya más cercana a Joan Miro, pero aparentemente muerta. Es viernes laboral, pero parece domingo. Establecimientos cerrados, puertas tapiadas, la mayoría pertenecientes a históricos comercios que no pudieron aguantar la crisis de los '80.

Subiendo hasta llegar a 2 de Mayo atisbamos el aroma del XIX que aún recorre los rincones. No en vano, aún se mantienen en pie, luchando contra la especulación, majestuosos palacetes que asoman su orgullo como pueden ante tanto cemento. Un cemento visto, ya que la mayoría de edificios que se levantaron siguen levantándose, mejor dicho, siguen levantados, desnudos, abandonados, sin acabarse. Como el boom urbanístico de los años 60, que crece y crece en el 2002.

Acercándose a Joan Miró, uno no tarda en comprobar que acaba de dejar un barrio con clase, con mucha clase. Llegando a la Plaza Gomila, "es un día laboral", el entonces conocido como Montmartre mallorquín, donde los artistas pasaban largas horas buscando inspiración, presenta ahora una imagen sepulcral, vacía y silenciosa. Un silencio que se transforma en algarabía la noche de los fines de semana, y en botellas y suciedad al salir el sol. Una pena.