Espectacular imagen de la bahía de Palma vista desde Na Burguesa durante los fuegos artificiales de ayer. Foto: C.V.

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La bahía de Palma cambió ayer durante 20 minutos su fisonomía habitual para acoger un Aiguafoc que se pretendía histórico ya que por primera vez en España se iba a formar una catarata de fuego de dos kilómetros de longitud a través de todas las farolas del Passeig Marítim, superando en 800 metros a la más larga formada hasta la tarde de ayer. Pero algo falló y la catarata se paró a la altura del hotel Palas Atenea.

La fallida «lengua» tuvo otro pero y es que millones de chispas cayeron sobre los coches que se encontraban aparcados. Salvando este hecho y el incendio de un árbol, los fuegos transcurrieron con tranquilidad e incluso con frialdad por parte de los miles de ciudadanos congregados en el lugar.

En esta ocasión, el Aiguafoc se realizó sobre el muelle comercial, justo donde atracan los buques de la empresa Iscomar. De toda la batería de fuegos y, dentro del alto nivel general, quizás mejor de sonido que de luces, destacaron unos que parecían simbolizar al planeta Júpiter y otros que, tras la eclosión, parecía que las luces se iban a precipitar sobre los espectadores.

Pero, sobre todo, la última traca final, con una serie de fuegos blancos que destacaron por su estruendo, fueron los que arrancaron algún aplauso, muy pocos la verdad, por parte de los ciudadanos que tuvieron el privilegio de verlos en directo, porque hubo muchos que, en su intento por llegar a las ocho de la tarde en coche hasta las inmediaciones del Passeig Marítim, se vieron atrapados por un atasco de dimensiones más que considerables. Además, una hora antes había concluido el partido del Real Mallorca y esto hizo que la circulación fuera mucho más que lenta.

El acto más popular de las fiestas de Sant Sebastià no duró los 23 minutos programados, sino 19, en los que se quemaron dos toneladas de pólvora y el coste total del espectáculo rondó los 90.000 euros (casi 15 millones de pesetas).