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El pasado fin de semana un verdadero vendaval arrasó Mallorca y, como eran días festivos, la mayor parte de la ciudadanía lo capeó como pudo ante la ausencia de las primeras autoridades, que no supieron reaccionar con la prontitud necesaria, pese a que el Centro de Meteorología había avisado con suficiente antelación. La tragedia se cebó en dos personas que perdieron la vida y en miles de damnificados que han sufrido daños en sus propiedades.

Las Islas sobrevivieron al desastre, durante las primeras horas del temporal, gracias al propio esfuerzo de los ciudadanos, a la ayuda prestada por la Guardia Civil y por algunos alcaldes que movilizaron todos sus efectivos en socorro de sus vecinos. Pero han sido muchísimos los habitantes de estas Islas que tras sufrir las consecuencias del temporal se han sentido desamparados. Han sido demasiados días sin electricidad. Han sido demasiadas las llamadas a unos teléfonos colapsados. Tardarán en olvidar lo solos que se han sentido.

Ahora los expertos vaticinan la llegada de otro temporal, previsiblemente de menor dureza, y las autoridades, esta vez sí, se ponen manos a la obra para coordinar un dispositivo que evite cualquier daño a la población. Se pone en estado de máxima alerta a policías, bomberos y protección civil. El Ejército ofrece de nuevo su colaboración y el conseller de Interior, previa deliberación con el titular de Educació, decide suspender la actividad escolar en todos los centros docentes.

La movilización ha resultado espectacular y lo cierto es que se agradece la previsión en casos como éste. Lo malo es que no se hiciera la semana anterior. Ante el aviso del peor temporal de los últimos años no se montó ningún centro coordinador. Ahora, para curarse en salud, se toman una serie de medidas que podrían considerarse sobredimensionadas. La repentina suspensión de las clases en todos los colegios creó en la tarde de ayer una gran confusión y alarmó a muchas familias. Hay que prevenir pero no alarmar más de lo necesario.