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La Isla ha vivido un temporal, que aunque anunciado, ha ocasionado múltiples destrozos y, lo que es peor, la pérdida de una vida humana, la de un taxista segada por la caída de un árbol. Fueron muchos los árboles y muros que se desplomaron sobre carreteras dejándolas intransitables, algunas de ellas además fuertemente castigadas por un mar enfurecido como nunca, se produjeron inundaciones, prolongadísimos cortes de suministro eléctrico, averías telefónicas, destrozos en puertos deportivos, daños en las cosechas y la interrupción de las líneas marítimas. Todo ello sumado conduce a un auténtico caos que puede movernos a reflexionar sobre varias cuestiones.

A nadie debe sorprender a estas alturas que afirmemos, sin temor a equivocarnos, que las infraestructuras mallorquinas no están preparadas para soportar vendavales de 140 kilómetros por hora ni precipitaciones de 215 litros por metro cuadrado. Ahora bien, dada la escasa frecuencia con que se dan fenómenos meteorológicos de semejante entidad, no es de extrañar que, pese a los avisos previos, miles de ciudadanos se hayan visto sorprendidos por las consecuencias de la furia de los elementos.

Debemos, no obstante, preguntarnos si fallaron los mecanismos de información. Especialmente por lo que se refiere a los cortes de suministro eléctrico. Es cierto que es imposible luchar contra todo para poner orden en la red, aunque los ciudadanos sí echaron en falta que alguien les informara de cuál era la situación y del tiempo que iban a permanecer sin corriente.

Y, aunque sea a toro pasado, cabría reflexionar muy seriamente sobre las medidas que se podrían adoptar para que en un futuro se puedan evitar los males y las pérdidas ocasionadas por el temporal. Pese a su escasa frecuencia, debemos ser conscientes de que lo que ha pasado puede volver a suceder y deberíamos estar preparados para afrontarlo en las mejores condiciones posibles.