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En 1821 se inauguró el cementerio municipal de Palma y hoy, 1 de noviembre de 2001, celebramos el primer día de Todos los Santos del siglo. Entonces decido acercarme a ellos, los difuntos, por primera vez en mis 28 años que tengo. No recordaba haber entrado nunca en semejante «ciudad».

En el umbral de la entrada suspiro e intento permanecer inactivo o silencioso, pero no consigo pasar inadvertido, no creo que sea un huésped bienvenido. Me siento observado. Inicio la visita y no tardo en encontrarme con ella, allí está, parca y decrépita, con su guadaña, en una lápida de una sepultura antigua, esculpida junto al nombre del difunto que allí yace. «La primera en la frente», pienso, aunque me comentan que ésta es una tradición que ya no se lleva; «menos mal, qué siniestro», infiero. Continuo.

Me detengo ante la tumba del torero mallorquín Delmonte, no lo conocía, pero seguiré sin conocerlo, ya que su foto de la lápida ha sido robada. Antes de llegar a la zona más moderna me encuentro con el custo Joan Ramón, que me cuenta que en 1962 tuvo que rescatar, aún no sabe cómo lo hizo, un caballo que había caído dentro de la tumba en un entierro. Mientras, no puedo dejar de sorprenderme al ver cómo preparan los familiares de los difuntos las sepulturas de sus allegados para que estén presentables para hoy. Unos las friegan con esmero, otros las florean hasta la saciedad, incluso los hay que las pintan de nuevo. Paso cerca de una capilla donde no hace mucho el espiritismo se practicaba cada noche. ¡Qué miedo! Ahora la han tapiado.

Pregunto qué vale hoy en día una tumba y me responden que cerca de un millón y medio de pesetas, lo que confirma mi ilusión de que quiero que me tiren al mar cuando llegue mi turno. Y si no, siempre me quedará el nicho, que no cuesta más de 160.000 pesetas. Sigo mi camino por Son Tril·lo, después de dejar Son Valentí y Ca l'Ardiaca y me vuelvo a soprender, esta vez con las tumbas propiedad de conocidas compañías de seguros para sus clientes. Me comentan que esto sólo ocurre en Palma y en el extranjero, ¿por qué será?