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Una semana después de los atentados contra las Torres Gemelas y el Pentágono, continúa la incertidumbre. Las labores de rescate siguen entre los escombros en Nueva York, mientras el mundo está expectante ante la nueva guerra que se avecina y que fue calificada por las autoridades norteamericanas de «larga y sucia». El bloque contra el terrorismo que pretende construir George Bush presenta algunas fisuras. China, aunque no se opone frontalmente a las presumibles acciones militares norteamericanas, solicita pruebas de la implicación de Osama Bin Laden en los atentados. Por su parte, aliados europeos como Francia o Italia piden que las actuaciones sean proporcionales y nunca un ataque indiscriminado que pueda afectar a la población civil de Afganistán, país que, por otro lado, ya ha hecho un llamamiento a la Guerra Santa contra los Estados Unidos.

Y, en esta tesitura, continúan a toda velocidad las investigaciones de las agencias de inteligencia y policiales, que apuntan la posibilidad de que se hubieran podido realizar operaciones bursátiles antes de los atentados que habrían enriquecido a Bin Laden o a algún grupo de su entorno.

Es precisamente la incertidumbre la que está provocando inestabilidad económica y política. Ahora bien, cualquier paso que den los Estados Unidos debe ser muy mesurado y seriamente analizado. Se trata de atacar y destruir a los grupos terroristas en sus campos de entrenamiento y sus santuarios, pero, en ningún caso, de fomentar una división en dos bloques de las naciones del mundo.

Evidentemente no se trata de una guerra convencional. En ésta, además, hay que contar con medidas policiales y judiciales efectivas para luchar contra el terrorismo y eso no se puede hacer de una manera irreflexiva.