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Cuatro o cinco décadas atrás, posiblemente nadie hubiera podido imaginar que las cuestiones medioambientales formarían parte tan importante en los programas de los distintos partidos políticos ni, por descontado, que los dirigentes de los principales países del planeta se reunirían con cierta periodicidad para tratar de ello. Pero tanto la exigencia de los ciudadanos como la existencia de problemas reales "más allá de la exageración postulada ocasionalmente por el ecologismo militante", han forzado que este tipo de reuniones sean hoy comunes.

En los albores del siglo XXI, preocupa como nunca la amenaza que se cierne sobre un planeta progresivamente devastado por la presión que sobre él ejerce su inquilino. La explosión demográfica mundial registrada durante el pasado siglo, y la imprevisión "cuando no la falta de escrúpulos" en lo concerniente al daño que podría causar la acción humana en el entorno, nos han conducido a una situación en la que, de no tomarse medidas, las consecuencias podrían alcanzar proporciones aún hoy incalculables.

Es por todo ello que llama más que nunca la atención la cerril e irresponsable política al respecto que se propone mantener una nación como los Estados Unidos, en absoluto dispuesta a sentir como propia esta inquietud hoy generalizada. Norteamérica genera más del 25% de la contaminación que está perjudicando al clima del planeta y, no obstante, se está erigiendo en los últimos tiempos en el país menos dispuesto a hacer algo para remediarlo. La reiterada negativa del presidente Bush a aceptar el protocolo de Kioto convierte prácticamente en inncesaria esa cumbre sobre el clima que está teniendo lugar estos días, puesto que si el país más contaminador no se aviene a limitar sus emisiones de gases a la atmósfera, todo lo que se concluya supondrá poco más que papel mojado.

Es sobradamente conocido que Bush llegó a la Casa Blanca aupado por quienes tienen grandes intereses en la industria petrolera, y por tanto se halla ahora obligado a devolver el «favor». Y lo peor del caso es que hasta ahora ninguna de las presiones que sobre él han ejercido los restantes dirigentes mundiales en orden a que recapacite y tome cartas en un asunto tan importante como es la preservación del medio, han servido para nada. En tales circunstancias no cabe sino esperar lo peor, es decir, que la situación continúe como hasta ahora.