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La huelga ha terminado pero no el conflicto. A las 00.00 horas del lunes se ha iniciado en Son Sant Joan, con la reincorporación al trabajo de los conductores de autocares turísticos, la vuelta a la normalidad, pero la imagen que ha dado Mallorca a toda Europa tardará en olvidarse. Han sido demasiadas horas de incomodidades y de sufrimiento por parte de miles y miles de turistas y también de residentes como para pensar que aquí no ha ocurrido nada. Lo sucedido ha sido gravísimo y hay que exigir responsabilidades. En una sociedad democrática debe respetarse el derecho a la huelga pero no los desmanes registrados en el aeropuerto. Los culpables de daños a vehículos públicos y privados deben responder por ello ante la Justicia. Y hay que añadir que la opinión pública no ha quedado satisfecha con la actuación de los cuerpos de seguridad. No había que convertir Son Sant Joan en un campo de batalla pero sí evitar que piquetes descontrolados tomasen el poder y ejerciesen continuos actos violentos y coactivos sobre otros ciudadanos. La excesiva permisividad de la policía merece nuestra reprobación.

La cita es ahora mañana, cuando en una nueva asamblea se votará si se acepta o no el preacuerdo logrado en la mesa negociadora. Lo gravísimo es que en esta ocasión los huelguistas han desautorizado a sus negociadores. Una excesiva crispación instigada por unos irresponsables ha impedido que el resto de los trabajadores conociese el preacuerdo y votase libremente. Tras verse en prensa y televisión las violentas acciones perpetradas por algunos profesionales, cabe esperar que se abstendrán de ponerse al volante hasta que se hayan tranquilizado por completo. Por la seguridad de todos.

De esta huelga debe salir una lección: que lo sucedido nunca más debe repetirse. No es ética ni moralmente aceptable lograr unas mejoras económicas arrancadas a costa de tanto sufrimiento de ciudadanos cuyo único delito ha sido elegir Mallorca para pasar sus vacaciones. Algunos nunca más volverán.