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El caos se apoderó finalmente de Son Sant Joan "y de los otros aeropuertos de Balears", tal como habían anunciado los sindicatos, para forzar a que el sufrimiento de miles de turistas que nada tienen que ver con sus reivindicaciones laborales provocase una cesión por parte del empresariado del transporte discrecional. La huelga, pese a los intentos mediadores del Govern, como se temía, está mereciendo el calificativo de «salvaje» y en nada puede beneficiarnos a los habitantes de estas Islas. Miles de personas "muchísimos niños" quedaron atrapadas en la terminal con lo puesto y las autoridades sólo les ayudaron con unas colchonetas. Hubo incluso quien tuvo que sacar del equipaje la cuna para que el bebé pudiera conciliar el sueño en una noche de pesadilla. Catorce horas en un aeropuerto es una experiencia difícil de olvidar y quizá muchas de esas personas que eligieron nuestras Islas por sus atractivos y sus precios decidan no volver nunca más, dado el inesperado cariz que han tomado sus vacaciones.

Eso es lo que debemos meditar. Hasta cuándo nuestra industria podrá soportar las agresiones a que la sometemos, entre huelguistas de uno y otro sector y escándalos, máxime cuando la temporada de este año ha empezado bastante floja.

Con todo, lo más grave es el motivo. Que los chóferes de autocares se movilicen para defender unos horarios fijos, unas horas de descanso mínimas, es del todo aceptable, pues no olvidemos que en sus manos viaja la vida de sesenta personas en cada trayecto. Pero sus reivindicaciones económicas resultan vergonzosas cuando ganan alrededor de cuatrocientas mil pesetas al mes mientras dura la temporada y la diferencia entre lo que la patronal ofrece y lo que los sindicatos exigen es un dos por ciento en tres años. Y, para colmo, con un desprecio absoluto a los servicios mínimos.