El Caragol de Santa Clara supuso el último acto de la Qualcada.

TW
0

La fiesta languideció a las seis de la mañana, mientras el son lastimero del fabiol plañía frente a la parroquia de Sant Esteve para despedir al Caixer Capellà y, con él, al primer Sant Joan del milenio. El notificador municipal, Sebastià Salort, dejó de soplar tras 40 horas ininterrumpidas de aliento y varios centenares de nostálgicos dedicaron un cerrado aplauso a Sant Joan. Luego llegaron las lágrimas y un «Fins l'any que vé, si Déu vol» retumbó en el oído de cada uno de los presentes.

Sant Joan murió tras dos días de intensa vivencia y con el convencimiento de que el próximo año volverá a resucitar para todos, ciutadellencs y visitantes. La masificación deslució algunos instantes de la fiesta, pero no provocó incidentes de importancia. El último día antes de la cuenta atrás se inició muy temprano, a las ocho de la mañana, cuando el fabioler suplente, Joan Taltavull, empezó el único replec con récord del bienio. Tomó la bandera, recogió a 99 caballos y, a continuación, recuperó la presencia en el furgón de cola del Caixer Senyor, Ricardo Squella, y del Caixer Capellà, Josep Manguán.

La Qualcada se encaminó hasta Santa Clara, donde se revivió, en un ambiente mucho más relajado, el espectáculo que se había disfrutado sólo unas horas antes. El reloj marcaba las diez y media de la mañana cuando los cavallers bajaron a Es Pla para ejercitarse antes de los juegos ecuestres de la tarde. 300 personas siguieron cada una de las carreras desde la tribuna habilitada por el Ayuntamiento y varios miles de padres, con sus niños a hombros, buscaron la frente de los equinos para practicar uno de los ritos más cándidos de la fiesta, Sa Capadeta.

Tras las Corregudes a sa Plaça, la Qualcada volvió a pasar por Santa Clara antes de dejar sus monturas y dirigir sus pasos hacia La Catedral. Allá, y a una hora menos intempestiva que de costumbre, el obispo Joan Piris ofició su primera Missa de Caixers.