El aprendizaje fue unido en todo momento a la diversión. Foto: J.AGUIRRE.

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Los pequeños alumnos de la escoleta d'infants del colegio Pius XII de Palma, vivieron durante todo un día como auténticos granjeros. Junto a sus profesoras, 33 niños y niñas de dos y tres años de edad disfrutaron en la granja-escola Jovent, en la possessió Son Moll, frente al polígono de Son Castelló, en Palma. Aprendieron cómo se hace el pan, se recoge hortaliza, se alimenta a los animales, se plantan legumbres y, por supuesto, pudieron corretear por la granja y por la noche descansar en las amplias instalaciones de la finca.

Toda una jornada en el campo de estos pequeños que se lo pasaron en grande. Muchos de estos niños comenzaron el día escuchando por primera vez el cacareo de un gallo, de una gallina o del pavo real, pudieron coger tomates de las tomateras y dieron de comer a los conejos o las vacas e incluso metieron las manos en la masa y con ayuda de los mayores elaboraron ricos «panets» en un horno de leña, a la manera tradicional.

En la Granja-Escola Jovent hay nueve cooperativistas que organizan un completo programa para grupos de escolares, siempre dependiendo de las edades, y en el que no faltan cuatro actividades fundamentales como segar con una guadaña, preparar el pienso de los animales, cultivar la hortaliza con arados y azadas y preparar el pan para la comida. Una labor que tiene por objetivo conocer de cerca la realidad rural de la Isla, tan ignorada a veces. Así pues, los pequeños del Pius XII, ataviados con gorras para protegerse del sol, cantando canciones populares y cogidos de la cintura unos a otros, fueron recorriendo cuadras y terreno de cultivo. Aina y Carla, de dos añitos, estaban encantadas porque habían visto un pavo real.

Carles se tomó muy en serio eso de hacer la masa para preparar el pan, al igual que la pequeña María, quien se puso el rostro lleno de harina. David demostró ser todo un compañero ayudando en las tareas propias de un auténtico payés. Un trabajo que se notó al final del día, pues todos ellos terminaron cansados y cogieron con ganas la cama, descansando hasta el día siguiente y despertándose con el kikirikí del gallo para levantarse y volver de regreso a la escoleta.