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Han bastado sólo dos temporadas para que Héctor Cuper "y el pánico al futuro que conllevó su marcha" se haya visto reducido a una vitrina en la galería del Real Mallorca. El excelente concurso del técnico argentino siempre tendrá un puesto de honor en la historia de la entidad, pero el tiempo ha demostrado que ningún proyecto con miras de futuro se edifica elevando nombres propios al altar. Ni el de Cúper ni el de nadie. Un excelente trabajo por parte de la secretaría técnica, un soporte financiero inimaginable hace pocos años, el alto sentido de la profesionalidad de una plantilla poco conforme con la etiqueta de «revelación» con la que se le ha venido premiando en los últimos cursos y la experiencia y buen hacer de un técnico capaz de redibujar al equipo para dotarlo de un perfil ganador son, en esencia, la conjunción de factores que han desembocado en un éxito colosal, con el equipo aupado a la zona VIP de la clasificación, billete para disputar el mejor torneo del planeta y un bagaje de puntos jamás acumulado en sus ochenta y cuatro años de historia. Siendo mucho, el conquistado ayer no es sin embargo el máximo premio obtenido por el Real Mallorca. La brillante andadura de esta temporada no ha hecho sino redoblar la apuesta por la consolidación de una entidad tradicionalmente maltratada por la incertidumbre, obligada a planificar su existencia día a día y subordinada a los vaivenes del destino. El hito rubricado en la última jornada de liga va por tanto mucho más allá de un bagaje numérico en la clasificación. Terminada la cuarta temporada consecutiva en la máxima categoría "otro logro nunca conquistado antes" el mallorquinismo empieza a soñar con un futuro construido por encima de los nombres propios. Tiene motivos para creerlo y ayer salió a celebrarlo.