La Plaça Major, pequeña y tranquila en invierno, se llena de atracciones para el turista en la temporada veraniega.

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El viajero llega a la ciudad dispuesto a «pateársela» entera. LLeva varios días en la Isla disfrutando del sol y del mar y quiere conocer los rincones que prometen sombra y trozos de una historia que han construido muchas y diversas civilizaciones. La jornada empieza en torno a las once de la mañana.

Primera parada, la Seu; para saber que fue el rey Jaume I, quien en el s. XIII y tras haber expulsado a los musulmanes de Mallorca, ordenó la purificación de la antigua mezquita para dedicarla a templo cristiano. El turista entonces siente curiosidad por conocer algo más sobre «aquellos árabes expulsados que habitaron en Medina Mayurka», así que decide visitar el Palau de L'Almudaina. Allí le informan de que la fortificación fue construida sobre niveles de ocupación romanos. Pero para encontrar las evidencias más claras del poderoso Imperio que llegó a adueñarse del Mediterráneo por completo y que denominó Majorica a la Isla, hay que desplazarse hasta Pollentia y es mejor dejar esta excursión para otro día.

Un refresco y el paseo continúa por las estrechas calles del casco antiguo. Los Baños Àrabes, el Jardín del Obispado y los luminosos patios de las casas señoriales, con sus pozos, escudos y balaustradas, llaman la atención del turista en su camino hacia la Plaça de Cort y hacia la Plaça Major. Es el momento para descansar otra vez o fotografiarse con las «estatuas humanas» que pueblan la Plaza; para adquirir algún objeto curioso en los chiringuitos o tomar otro refresco sentados en las terrazas, mirando pasar a los turistas que van un poco más atrasados en el itinerario -o un poco más adelantados, quién sabe.